Tengo grabado en mi recuerdo el día que Nadia Calviño dijo en el Congreso que todos debíamos conocer a alguien beneficiado por alguna de las medidas del Gobierno. Querido lector, no se apresure a contestarme, y menos a increparme, que he dicho «beneficiado», no afectado ni agredido. Desde ese día, todos los martes después del Consejo de Ministros espero con impaciencia que salga mi número agraciado con alguna paguita. Y nada. Y si no es para mí que lo sea para uno de los míos, pues tampoco. Mi ciclo vital no ha querido coincidir con los tiempos de Pedro Sánchez. Mala suerte. No me reproduje en tiempos adecuados y ni cuatrocientos euros para libros y videojuegos le han tocado a mi pequeña; no ha tenido nada la criatura para vender en Wallapop. Todo mal, Carmen, todo mal.
Así que permanezco expectante a estos tiempos electorales fértiles en promesas de lo más creativas a ver si pillo algo. Y muy mal se me tiene que dar, que diría mi amiga Ana Visconti, para que no me caiga algo. Una vivienda como mínimo –yo voy a pedir de montaña– me tiene que caer fijo. Si ya lleva prometidas ¿ciento cincuenta mil viviendas?, con este crecimiento exponencial para las elecciones generales es muy posible que lleguemos a los cuarenta y siete millones, una para cada español.
Y ojo que me lo quitan de las manos. Saquen la calculadora. Feijóo, el señor que presume de haber votado a Felipe González y que tampoco atina conmigo –qué mala suerte, oye–, ofrece mil euros para que los jóvenes puedan emanciparse y una rebaja del 40% en alquiler de vivienda pública, y ya ha abierto la subasta electoral de los avales con una generosísima oferta del quince por ciento en la compra de la primera vivienda de los jóvenes. Estamos que lo tiramos, señores. Por supuesto, Sánchez este fin de semana ha visto la apuesta y la ha subido al veinte. La puja sigue abierta, estén atentos a sus pantallas que todavía queda mucha campaña. Para las generales regalan el piso y el coche.
Yolanda Díaz no se queda corta, aunque es más de cash: veinte mil euros para los que cumplen los dieciocho años, que se ponen en la bonita cifra de veinte mil cuatrocientos euros –sumados a los de Cultura/Wallapop– por el tremendo mérito de llegar a la mayoría de edad. Me gustaría mucho que me aclarasen los que aplauden estas exóticas medidas si son conscientes de que los veinte mil euros multiplicados por cientos de miles de adolescentes inmaduros dispuestos a gastarse ese pastizal en vaya usted a saber qué cosas, van a salir de sus impuestos.
He dicho exóticas medidas y me permitirán que me deje llevar por la imaginación y goce a tutiplén por un momento. ¡Qué maravilla es Podemos Madrid prometiendo! Pagaría por ser la periodista que sigue su campaña. Es que no sé por dónde empezar.
Comienzo con una chiquita monísima, rubita ella, un poco nerviosa leyendo el tarjetón que alguien le había preparado –probablemente esa bestia política que es Pam – que ha prometido una Empresa Municipal de Cuidados en Madrid. Una empresa pública que hace las veces de tu madre o tu suegra, incluso tu marido –sólo si es aliade–, para que puedas ir al médico ¡o a la peluquería! No sé, pero a mí esto me suena rancio, rancio. ¡Gloria al heteropatriarcado! Le ha faltado decir para que puedas ir a depilarte y ya se cepilla todo el neofeminismo en una sola frase. «¡Porque también tenemos derecho las mujeres a hacer lo que nos da la gana por las tardes!», termina exaltada en pleno clímax revolucionario. Esta mujer sabe divertirse ¿eh? Me empodero y voy a la pelu, y si ya se vuelven muy locas y tiran la casa por la ventana se toman unas tortitas en Vips. Una criatura, la que habla, que no creo que haya cumplido los treinta. Yo es que no puedo con mi vida. Vamos a llevar los niños al ayuntamiento o a la Junta de distrito para que podamos darnos mechas. Y yo sin saber esto de joven, así llevo las raíces, fatal.
Pero el que me tiene atónita y entregada cada día con sus ideas rompedoras y creativas es el grandísimo Roberto Sotomayor, que no sólo va a poner ciento treinta playas en la ciudad de Madrid, sino que ha prometido que en su ayuntamiento no va a trabajar nadie de doce a seis cuando haya una ola de calor. Y si las empresas tienen que parar su actividad durante ese tiempo para eso están los ERTEs. Este señor que corre que se las pela, no lo dudo, quiere imponer a las empresas, cuyo único objetivo es trabajar y prosperar, que cuando él considere que hace mucho calor, manden a la gente para su casa y se acojan a un ERTE. Para eso está el dinero público, sí señor. Para eso trabajamos todos los españoles. Sólo nos queda desear dos cosas: la primera que no ganen, y la segunda, que si ganan no cumplan ninguna promesa electoral.