Soy consciente de que la palabra reaccionario tiene una connotación peyorativa evidente. La RAE define el término como «que tiende a oponerse a cualquier innovación». Un cerril, vamos. Sus sinónimos son, entre otros, retrógrado, carca y carcunda. Sus opuestos son innovador y progresista. Si traslado estos adjetivos a la política, me veo en la necesidad de hacer una enmienda a la totalidad. Si la izquierda española es innovadora y progresista –de progreso–, yo no tengo más remedio que reaccionar contra semejante engaño.
En este caso, me acojo a nuestro riquísimo idioma que distingue entre ser y estar. Si Pedro Sánchez es innovador y progresista, yo tendré que decir que estoy reaccionaria a lo que él llama innovación y progreso. Y lo estaré –verbo temporal– mientras la innovación y el progreso en España signifiquen su contrario: regresión y destrucción.
Me rebelo contra un gobierno que pacta con todos los partidos que odian a España y tienen como único y exclusivo objetivo destruir mi nación. No sólo eso, sino que me obligan a financiar su sustento y sus nefastas actividades con mis impuestos, con el fruto de mi trabajo.
Me opondré con todas mis fuerzas a que Sánchez modifique el modelo de estado por su cuenta ignorando la constitución y a los españoles en pro de una supuesta federalización de España. Nadie le ha autorizado a tal cosa, pero lo peor es que no nos dirigimos ni siquiera a una federalización, sino a la balcanización. Todo esto cuando todavía no me he recuperado del estupor que me produjo que el TC declarara ilegales los dos estados de alarma que conculcaron nuestros derechos fundamentales sin ninguna consecuencia.
No puedo estar de acuerdo ni me parece algo secundario o soportable que en España existan ciudadanos de primera, segunda y tercera en función de los votos que Sánchez necesita paga gobernar.
No voy a doblegarme ante la Ley de Memoria Democrática, a que me dicten lo que debo pensar o a que repudie a mis abuelos. Tampoco aceptaré jamás como normal que sea el propio ministro de Cultura del Reino de España el que propague la leyenda negra antiespañola por el mundo.
Me es imposible normalizar que los diputados de Bildu nos den clases de convivencia y democracia desde la tribuna del Congreso. Aquellos que no han pedido perdón por los crímenes de la ETA ni colaboran para esclarecer los más de 300 asesinatos sin resolver. Me es insuperable y no tengo la más mínima intención de superarlo, sino de combatirlo.
Reacciono cuando me hacen pagar una multa si mi coche está más de cinco minutos aparcado en una zona de mi ciudad pintada de verde y a los que han roto la convivencia en Cataluña y amenazan la existencia de la nación española, mi patria, no sólo los indultan, sino que los amnistían. Es decir, se les pide perdón, se reconoce que los jueces fueron injustos y que España fue un Estado opresor contra ellos.
Me indigno ante el hecho de que haya políticos tan inútiles que promulgan leyes que sacan a la calle a violadores y pederastas poniendo en peligro a niños y mujeres por razón de su perniciosa ideología. Todavía más, en su soberbia se permiten culpar a los jueces por los efectos terroríficos de su ley.
Me mata ver al ciudadano medio asfixiado con impuestos, tasas, sanciones y cotizaciones imposibles, matándose a trabajar para pagar la fiesta pseudosolidaria de ayudas millonarias a una inmigración ilegal incompatible con nuestra seguridad y nuestra cultura, mientras nuestros enfermos de ELA se ven obligados a pedir la eutanasia porque no pueden pagar sus cuidados.
Me opongo de forma radical a la perversa ley trans que autoriza bloqueadores de pubertad y cirugías mutiladoras a menores de edad, que destrozan sus vidas de forma irreversible y prohíben a los médicos ejercer su profesión libremente buscando el bien del paciente y no su loca ingeniería social.
Estoy en contra de que por el mismo delito un hombre y una mujer tengan distintas penas.
Me niego al pensamiento único que me obliga a hablar de una manera ridícula, a aceptar cosas que no creo, a decir que lo blanco es negro y a no dar informaciones molestas para el poder. Me da una profunda pena ver tanta gente que no se atreve a decir en público lo que piensa para que no lo tachen de ultraderechista.
Yo no soy reaccionaria, me gusta la innovación cuando es positiva y el progreso cuando de verdad hace honor a su nombre. Estoy reaccionaria al sinsentido, a la locura ideológica, a la injusticia, al liberticidio y a la estupidez colectiva.