«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Europa o globalismo

8 de julio de 2023

Mientras Grecia acaba de sumarse a la ola europea que gira hacia la derecha, la violencia en la región no se detiene. Son las dos caras de una misma moneda porque es el enfrentamiento entre dos modelos opuestos: el globalismo que pugna por instalarse y la Europa histórica que se resiste a entregarse a una invasión cada día más explícita y más agresiva.

Grecia cambió al compás del humor social tal y como viene sucediendo paulatinamente en otras sociedades (España, Hungría, Francia, Italia…) tras décadas de políticas y discursos de izquierdas que desembocaron en el terrorismo del siglo XXI: las campañas abortistas y anti-familia, el ecologismo, un supuesto cambio climático que no termina de demostrarse, la intervención estatal en la educación de los pequeños, la politización y encumbramiento de los colectivos LGTB. En síntesis, cruje la cultura (¿cultura?) woke que enamoró al globalismo. 

Las modificaciones sociales, políticas y económicas que ese globalismo viene forzando sobre Europa no elevaron la calidad de vida del ciudadano común ni mejoró la salud del sistema político y de sus instituciones. Casi todo lo contrario. Esa repentina e histérica preocupación de los últimos años por el medio ambiente llevó a muchos gobiernos a prohibiciones absurdas, cambios en la legislación y el reemplazo de las fuentes de energía que encarecieron prácticamente toda la cadena productiva. Ese es un detalle que los abanderados de la nueva izquierda olvidaron advertir a los consumidores: autos más caros, combustibles más caros, servicios más caros, alimentos más caros, ropa más cara en función del eslogan del aire puro.

Tampoco se produjo un mejoramiento de la calidad institucional; el ablandamiento de penas, la derogación de leyes que castigaban delitos graves y la aplicación de otras aberrantes como la del «sólo sí es sí» en España ha dejado a la población a expensas de la delincuencia. Las policías se están cansando del circuito perverso que se ha tornado infinito: manifestaciones, destrozos, vandalismo, violencia y represión cada vez más seguido, cada vez más feroces y cada vez más masivas, y también se están cansando de la falta de respaldo político a su accionar. Reprimir el delito se ha vuelto un delito para los gobiernos Bruselas-friendly.

Esta seria desconexión de la dirigencia respecto de la realidad cotidiana ha ampliado la brecha entre la población de a pie y la casta política. El surgimiento de líderes que lo entienden aporta una cuota de esperanza a la posibilidad de detener este despropósito. No es casual la popularidad creciente de políticos como Santiago Abascal, Giorgia Meloni o Viktor Orbán mientras se opacan las administraciones de corte populista como las de Pedro Sánchez o Emanuel Macron. Las sociedades exigen ideas y acciones drásticas frente al hostigamiento y el salvajismo.

El escritor Yascha Mounk sostiene que es un error pensar que las democracias son liberales por naturaleza. «La democracia jerárquica permite que unos líderes elegidos popularmente pongan en práctica la voluntad del pueblo según ellos la interpretan. Entonces, este nuevo estilo de democracia dista de la liberal a la que estamos acostumbrados; tiene como característica que no falta democracia sino que falta respeto por las instituciones independientes y los derechos individuales». La descripción se parece mucho a lo que está sucediendo en Europa y en casi toda Iberoamérica. Es la tiranía de la mayoría con un ingrediente novedoso: los privilegios a ciertas minorías, casualmente, las que están dispuestas a arrasar con el ADN histórico y cultural de nuestras tierras.  

Ha surgido una democracia desprovista de esas cualidades. Una democracia sin valores es una maquinaria sin alma. Por eso, si nuestro propósito es recuperar y mantener las tradiciones occidentales, es preciso desandar los caminos de la última década y volver a construir. 

Lo dijo Santiago Abascal en su recorrido por distintas ciudades españolas. La tarea por delante es enorme porque es deshacer el daño provocado.

Recientemente América hispana también dio muestras de la puja entre los dos modelos. El presidente de Brasil reunió en la ciudad argentina de Puerto Iguazú (provincia de Misiones) a sus pares del Mercosur y tampoco hubo acuerdo ni progreso. Es que Lula Da Silva no se resigna a abandonar el proyecto marxista-bolivariano que tiene en su cabeza para la región desde la fundación del Foro de San Pablo. 

El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, se negó a firmar el documento final porque los miembros del bloque se negaron a flexibilizar los acuerdos extra zona y advirtió que, de no hallar progresos concretos dentro del Mercosur, Uruguay seguirá el avance de apertura económica en soledad. En sintonía con él, el presidente de Paraguay, Abdo Benítez, dijo que su país tiene un «compromiso sólido» con el Mercosur pero, al igual que el presidente Lacalle Pou, pidió por un «proceso democrático» en Venezuela al participar en la cumbre, mención que fue omitida por los restantes jefes de Estado que simpatizan con la dictadura de Nicolás Maduro, una democracia sin instituciones y sin derechos individuales donde la única ley es la arbitrariedad.

La Iberosfera también está sumergida en la misma batalla: democracias de baja calidad, sin instituciones sólidas y con espacio para aventuras personales de líderes mesiánicos sin programa ni estructura que están destinadas al fracaso; llaneros solitarios que terminan alterando más los ánimos, prometiendo una expectativa de cambio que luego se transforma en desilusión colectiva, experiencia por cierto que no es gratis. El descreimiento cala en la sociedad que deja un pedacito de sus ilusiones en cada tropiezo.

Si algo caracteriza a Oriana Fallaci es su visión de largo plazo. Ella denunció tempranamente el callejón sin salida en el que se introducía Europa con la inmigración ilegal y descontrolada pero nadie la quiso escuchar. Predijo el suicidio. La destrataron y la señalaron hasta que se sintió tan ajena en su propios pagos que se afincó en los Estados Unidos. En oportunidad del lanzamiento de «La rabia y el orgullo», Fallaci escribió: «Hay momentos en la vida en los que callar se convierte en una culpa y hablar en una obligación, un deber civil, un desafío moral, un imperativo del que uno no se puede evadir». De eso se trata.

.
Fondo newsletter