Lamento decepcionarles. No voy a hablar de lo que todo el mundo habla. Y no voy a hacerlo precisamente por esa razón, pues si todo el mundo lo hace, incluyendo a los sordomudos, a los afónicos, a los de la telebasura y a quienes por vocación monástica o por escepticismo filosófico han hecho voto de silencio, es evidente que no cabe añadir al guirigay electoral, al extraño caso de los balines postales y al festival de teatro del absurdo orquestado por Pablo Iglesias y coreado por sus portavoces mediáticos nada que no se haya dicho una y mil veces. No seré yo quien me sume a su eco. A las columnas de prensa, que están para otra cosa, se les supone y exige un mínimo de originalidad.
Voy a dedicar ésta a una noticia, también mínima, en apariencia, y anecdótica, que empezó a correr el pasado viernes y a la que nadie, excepto el diario en el que yo la recogí, prestó mucha atención a pesar de que era de índole gramatical y de que ese día era, vaya por Dios y por Cervantes, el del Libro, el de San Jorge, el de San Jordi y el de la Lengua Española en su dimensión internacional.
¿A qué extremos de estulticia colectiva y pedagógica va a llevarnos la matraca del lenguaje inclusivo, de la corrección política y del negacionismo cultural?
Un par de universidades ‒británicas, creo, pero se me ha traspapelado la noticia por los recovecos de la Red‒ había desencadenado, según la noticia en cuestión, una ofensiva académica contra el imperialismo, totalitarismo y supremacismo de la ortografía, a la que acusaba de ser, en su origen y en su desarrollo, «blanca, elitista y machista». Sí, sí… Como suena. Han leído ustedes bien. Y a partir de ese instante y de tan lapidaria definición quedaban proscritas en todos los trabajos y exámenes escritos de esa universidades las faltas de ortografía. Los docentes no podrían reparar en ellas, ni subrayarlas con lápiz rojo, ni tomarlas en consideración para no obstaculizar mediante normas de tan delictivo pedigrí el espontáneo flujo del capricho fonético y de la ignorancia de los alumnos. Éstos, por ejemplo, quedaban autorizados a prescindir de las haches, a ponerlas donde les viniera en gana, a eliminar los acentos y no digamos las diéresis, a confundir la gota con la jota y a poner en gráfica evidencia su burricie escribiendo vurro con uve de Varcelona.
¿Bromeo? No. Busquen, busquen la noticia, si son capaces de encontrarla. Daba cuenta de ella Luis Alemany, en un excelente y muy bien escrito reportaje publicado por El Mundo. La gente, mientras tanto, tan contenta, tan ufana, compraba libros que seguramente no leerá y rosas que de seguro se marchitarán a las pocas horas, pues son de mentirijilla, en las casetas de las Ramblas o de la Cuesta de Moyano.
El grueso de nuestro patrimonio consiste en la lengua. Los gramaticidas, gramaticidos y gramaticides de la corrección política quieren expropiárnosla
¿A qué extremos de estulticia colectiva y pedagógica va a llevarnos la matraca del lenguaje inclusivo, de la corrección política y del negacionismo cultural? ¿Es blanca la ortografía? ¿Lo es, verbigracia, la del chino en China, la del japonés en Japón, la del tagalo en Filipinas o la del suaheli en buena parte del África Negra? ¿Es machista? Que se lo pregunten, sin ir más lejos, a doña María Moliner o, yendo, a la Condesa de Pardo Bazán, que últimamente, por su Pazo de Meirás, tan de moda se nos ha puesto. ¿Y, por último, es la ortografía elitista? ¡Pues claro que sí! Como lo es la condición de bachiller respecto a quien, por desgracia, por pereza o por pobreza, carece de estudios.
La primera clase a la que asistí cuando en l954 me matriculé en la Facultad de Letras de la Complutense fue la del profesor Sánchez Cantón, que era titular de la cátedra de Historia del Arte y decano del centro docente en el que la impartía. Una de las primeras cosas que nos dijo fue la de anunciarnos en tono severo que quedaría automáticamente suspendido cualquier alumno que en los exámenes cometiera dos faltas de ortografía. Dos, he dicho. Ignoro si era sólo una treta para meternos miedo, porque yo no las hacía. En el colegio del Pilar me habían enseñado a escribir los dictados, las redacciones y, por supuesto, los exámenes escritos como Dios, la buena educación, la sindéresis ética y estética, y la gramática mandaban, y siguen mandando. Si no lo hubieran hecho, yo no habría sido, probablemente, escritor y ustedes, ahora, no me estarían leyendo.
Si nos quitan el idioma, se apoderarán de nuestras mentes. ¿Qué podemos hacer para evitarlo?
Los países que integran la Iberosfera tienen, aquí, en la casa madre, y en ultramar, muchas cosas en común, pero la más importante, tanto desde el punto de vista cualitativo como del cuantitativo, es la lengua, llámenla española o castellana. Supongo que en eso todo el mundo estará de acuerdo. El grueso de nuestro patrimonio consiste en ella. Los gramaticidas, gramaticidos y gramaticides de la corrección política quieren expropiárnosla. Empezaron por la semántica, pasaron al léxico, siguieron con la morfología, que a su vez, cuando se trastoca, obliga a hacer malabarismos con la sintaxis, y ahora le emprenden con la ortografía. Si nos quitan el idioma, se apoderarán de nuestras mentes. ¿Qué podemos hacer para evitarlo?