Alicia Sánchez-Camacho ha cumplido con el ideal de un político: ha dicho una cosa y la contraria con horas de diferencia para tener algo que ofrecer a cualquier audiencia. En catalán se presentará como la valiente que defendió los bolsillos de los catalanes, y en Madrit ha explicado que no, que esto es una propuesta para todo el mundo, y con el único objetivo de parar a los nacionalistas. Hay políticos a los que la máscara del Barón Ashler, con un rostro por la izquierda y otro por la derecha, les va muy bien. Y otros en los que la máscara no cuela. A Camacho, Sánchez, Alicia, se le ha visto la jugada antes incluso de que la iniciase.
Esto de luchar contra el nacionalismo a base de concederles todo lo que piden debe de ser obra de genios. A las inteligencias más de andar por casa nos parece que, por poner un ejemplo, si la camorra te amenaza y tú te pliegas al chantaje, los camorristas no entenderán que su método ¡de hacer política! no funciona y que por tanto tienen que abandonarlo. Au contraire, mon fraire.
Sánchez-Camacho podría haber ido con otra idea. Iba a fracasar igual, nadie piense lo contrario. Pero al menos iba a darse otro aire más… sí, más de andar por casa. Menos de genia. Una idea, además, que parece (pero sólo parece) que es una concesión a los nacionalistas. Que cada palo aguante su vela, en plan fiscal. Federalismo digno de ese nombre.
Fundimos el IRPF y el Impuesto de sociedades en un tipo marginal único, sin deducciones de ningún tipo, y con un mínimo exento. Seguiría el modelo propuesto por Hall-Rabushka, que grava la diferencia entre los ingresos y las inversiones, de modo que recaería, en última instancia, sobre el consumo. Es el mismo formulario para una empresa y una multinacional, y con una página basta. Los asesores fiscales se tendrían que buscar un empleo.
Habría un tipo para el Gobierno central. Dado que el impuesto tiene un mínimo exento, el Gobierno, que cobra los primeros tramos, cobraría menos impuestos a las regiones más pobres y más a las regiones más ricas. Vaya eso por la solidaridad. Sobre ello, cada región pondría su tipo autonómico, del que deriva sus ingresos. Es la llamada corresponsabilidad fiscal, pero sin el co, es decir, responsabilidad: que cada Administración recabe sus propios ingresos.
Los efectos políticos puede que no sean evidentes en un primer vistazo, pero son muy claros. Ya no vale decir que Madrid te roba. ¡Sólo puedes robar a tus propios ciudadanos! Las regiones que más gasten, y el nacionalismo puede llegar a ser muy caro, se verán obligadas a poner impuestos más altos. Pero la competencia entre distintas regiones para albergar más inversiones y más trabajadores les aconsejará ser prudentes en el gasto, para no ahuyentar a todo el mundo con los impuestos. Entonces se verá, más claramente, que el nacionalismo es malo para la salud, sin necesidad de que lo adviertan las autoridades, que no la hay más severa que la del propio bolsillo. Un regalo, sí, pero envenenado.