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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Historiador de formación y periodista de profesión, todo un clásico del intrusismo que engrandece a este oficio. Primera autoridad nacional en perroflautología, es autor de ocho libros: tres biografías, cuatro ensayos sobre historia de España y una enciclopedia, perdón, enziklopedia que reúne todo el saber perrofláutico acumulado en la primera generación Logse. Tras un esfuerzo intelectual semejante sólo le han quedado ganas de conducir Negocios.com a buen puerto.
Historiador de formación y periodista de profesión, todo un clásico del intrusismo que engrandece a este oficio. Primera autoridad nacional en perroflautología, es autor de ocho libros: tres biografías, cuatro ensayos sobre historia de España y una enciclopedia, perdón, enziklopedia que reúne todo el saber perrofláutico acumulado en la primera generación Logse. Tras un esfuerzo intelectual semejante sólo le han quedado ganas de conducir Negocios.com a buen puerto.

La gran empresa de Coase

8 de septiembre de 2013

Esta semana nos ha dejado Ronald Coase, un economista británico no demasiado conocido en España más allá de los ámbitos académicos y de aficionados al pensamiento económico. Tampoco es de extrañar. En nuestro país la economía no gusta demasiado. Se la considera una ciencia árida y sin interés, plagada de números y fórmulas matemáticas que solo puede interesar a un desviado. A quien sí se conoce es a Keynes, pero solo de nombre y generalmente para no decir que uno es socialista, que entre los urbanitas gafapastizados de Madrid y Barcelona eso de ser sociata no se lleva; es mejor decir así, con aires de superioridad levantando la barbilla, “perdone, yo soy keynesiano, defiendo la economía social de mercado”.Ser keynesiano es ser del sistema pero sin parecer del sistema, es decir, ser un zoquete y un indocumentado sin que nadie lo advierta, o advierta exactamente lo contrario. A las mentes poco cultivadas un nombre como el del grupo de Bloomsbury les suena muy atractivo, especialmente si se le antepone lo de John Maynard. La confesión de fe keynesiana sirve también para distanciarse de los pérfidos neoliberales allá austriaca, que son bastante irritantes porque, por regla general, suelen llevar la razón. Los despachan –siempre con la nariz mirando al cielo– con un indignado “¡esos son una secta!”.Una pena. La economía es la sal de la vida, es mucho más que Keynes y los cuatro prejuicios habituales sobre los que los politicastros levantan su tiranía a costa de la gente indefensa. De tener un país lleno de, permítame el palabro, “cousianos”, otro gallo nos cantaría. Coase fue un gigante del pensamiento amén de una persona íntegra. La vida le premió con un centenar largo de años en los que pudo asistir en primera persona a las dos guerras mundiales, la Gran Depresión, las dos posguerras y el revoltijo de los tiempos modernos. A él los economistas le deben un buen puñado de hallazgos. Quizá el más famoso sea el de los célebres costes de transacción. Este coste es el que se incurre en toda transacción. Nadie antes de Coase se había percatado de que eso existe. Si compramos por internet, cosa que hacemos cada vez más a menudo, lo hacemos porque aminoramos –o directamente eliminamos– costes de transacción como el de desplazarse físicamente a mirar precios en distintas tiendas.Esta idea de los costes de transacción está íntimamente ligada a su obra magna, la que dedicó a la empresa. Se titula La naturaleza de la empresa, fue publicada en 1937 pero sigue siendo un libro de economía plenamente actual repleto de buenas ideas e interesantes reflexiones. No creo necesario recordar que Coase era liberal y, como tal, estaba a favor de la existencia de empresas privadas y de que estas compitiesen entre ellas libremente en el mercado. Coase aplicó los costes de transacción a la empresa misma. Lo que le salió no gustaba a los marxistas, pero tampoco a los socialistas keynesianos ni a los autores de ciencia ficción aficionados a las distopías futuristas.Resulta que nunca tendremos multinacionales omnipotentes como la Tyrrell Corporation de Blade Runner, una película de 1982 ambientada en un tétrico e inhumano año 2019. Estamos ya bastante más cerca de la segunda fecha que de la primera y podemos comprobar con nuestros propios ojos que el mundo no lo gobierna una megacorporación malvada que, valiéndose de un semimonopolio, quiere mal a la especie humana. La razón no hay que buscarla tanto en las delirantes razones de Philip K. Dick, autor de la novela que dio pie a la película, como en el hecho, demostrado por Coase, de que es simplemente imposible que una empresa se haga dueña del mundo. La razón es que, conforme crece una empresa, se va haciendo más y más burocrática e ineficiente. Los costes de transacción se la van comiendo, por decirlo brevemente.Las empresas son según Coase islas de planificación centralizada dentro del vasto océano de la libre competencia. Esa misma planificación, imprescindible para que la empresa funcione, es la que le impide crecer hasta un punto en que termine dominando todo el mercado. Piense en cualquier empresa grande que conozca. En todas ellas han llegado a un límite en que la corporación es incapaz de ordenar, sistematizar y asimilar toda la información que ella misma genera. Y ahí es donde aparece el competidor pequeño pero muy listo. Las empresas desde esta óptica se parecerían más a los seres vivos que a frías y perversas organizaciones. Los grandes mamíferos se extinguen antes que los pequeños cuando vienen mal dadas. Necesitan ingerir grandes cantidades de alimento todos los días para mantenerse con vida. Los pequeños, en cambio, aprovechan su tamaño para prosperar gracias al oportunismo y al ingenio.Así se explica que Microsoft, antaño rey indiscutible de Silicon Valley, sea hoy un simple señor feudal venido a menos. O que Google haya ocupado todo el espacio del anterior y un poco más. Pero no hay reino que dure cien años. A Google, por ejemplo, se le escapó el estallido de las redes sociales que supieron aprovechar empresitas como Facebook. No es la ley de la selva, es justo lo contrario de la selva o, mejor dicho, es la ley de la selva civilizada, la selva en la que sobreviven los mejor adaptados y perecen los que no terminan de hacerlo o no entienden los cambios. Si las empresas no actuasen como predijo Coase estaríamos todavía viajando a pie mientras que los reyes y señores lo harían en traqueteantes carromatos. De hecho, allá donde se interrumpió ese proceso sano y espontáneo de renovación continua, es decir, en los países del socialismo real, las empresas –todas estatales– no servían al público, sino a los viles intereses del Gobierno. Por eso los alemanes del oeste conducían automóviles Audi llave en mano mientras que los del este esperaban quince años para que el Estado les entregase un minúsculo Trabant de duroplast con tecnología de los años cuarenta.La diferencia con otros economistas, con Keynes sin irnos mucho más lejos, es que Coase teorizaba centrándose en su objeto de estudio, observándolo detenidamente y sacando conclusiones. En cierta ocasión dijo con acierto indescriptible que si los economistas de su tiempo deseasen estudiar al caballo probablemente no irían a una cuadra a mirar caballos, nada de eso, se sentarían es sus despachos de la universidad y se dirían a sí mismos: “bien, ¿qué haría yo si fuese un caballo?”. Pocas frases encierran tanto conocimiento de una ciencia como esta. Coase se merece una relectura o, como diría Hayek, un descubrimiento. Nunca es tarde, Mises murió hace cuarenta años y hoy tiene más vigencia que nunca. No se desanime, la buena economía existe, está ahí esperándole, tómela.

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