En la portada de hoy están los cuatro gatos de los que hablaba Chaves, que resultaron cuatrocientos, y todavía no sé si el director va a publicar esta columna o necesitará también el espacio para publicar la larga lista de imputados, que parece el muro de los soldados muertos en Vietnam, pero en versión infame. El latrocinio que ha perpetrado la izquierda andaluza no tiene precedente cercano, y hay que remontarse al oro de Moscú para contemplar otro saqueo parecido. Ahora entendemos ese empeño sindical en mantener sus cuentas opacas hasta las tinieblas, claro, si a su lado Bárcenas es uno de esos golfillos que pintaba Charles Dickens, aspirando sólo a robar pañuelos y peniques. Cualquier negocio mefítico –de Filesa a Gürtel– parece un timo de barriada comparado con las megaestructuras sindicales.
En pleno zapaterismo, cuando LA GACETA publicó las vacaciones en el mar de Toxo, el sindicalista se ofendió con formas de un preboste del régimen. “¿A ti qué te importa?”, le espetó al periodista que le preguntaba por su afición a los cruceros por el Báltico, más concretamente por quién se los pagaba. Dejando aparte las consideraciones estéticas que planean sobre quienes se fotografían con el fondo de la escalera del Titanic, todavía entonces era necesario explicarle al jerarca que sí que importa el pagador de su solaz.
Convertidos en ministerios permanentes –e incontrolables– CC OO y UGT han cambiado lo vertical por lo piramidal –como las estafas–, hasta convertirse en el poder más tenebroso de la democracia. A nadie rinden cuentas del dinero que reciben de todas las administraciones que soporta el contribuyente: del municipio, de la provincia, de la autonomía, del estado y de Europa. Y menos que a nadie a los trabajadores, a los que han chuleado durante décadas, enriqueciéndose ellos mientras el paro cabalgaba como la peste, arrasándolo todo.
Este despotismo sin ilustrar –izquierda de jamón de bellota y love boat– ha mantenido sus privilegios durante décadas porque participaba del monopolio de la violencia, porque sólo con levantar la pancarta de guerra se terminaba la paz social. Los gobiernos de todos los signos pagaban las subvenciones con el mismo entusiasmo con el que los camioneros pagaban a Jimmy Hoffa. Han sido la guardia de corps del régimen, bien alimentados, como esos animales gordinflones y rosados que lideraban la rebelión en la granja de Orwell. Son establishment sin necesidad de corbata. Incluso parece que fomentan ese indisimulado aspecto de haragán, que es la nueva versión de las chaquetas blancas.