«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Hijos de la tele

8 de noviembre de 2013

Todavía nos impacta el cierre de una televisión pública porque somos criaturas de otro siglo, y el aparato era el lar de nuestra infancia, por eso es el único culto religioso que practica Homer Simpson. Nuestra generación estaba tan reglada por los programas de TVE que a veces, por la noche, dependía de la aparición de un rombo el que nos fuéramos a la cama felices o maldiciendo nuestra corta edad con esa amargura infantil, tan dramática,

Los sábados después de comer, sin embargo, había cine para todos, sesión de tarde, un espacio asegurado delante del santuario apantallado, gozosos al ver el equitativo reparto de plomazos que hacía John Wayne. Probablemente ese agujero en la planificada educación socialista nos salvó, porque en lo demás fuimos cobayas, el experimento más peligroso del sesentayochismo, de los señoritos mimados que habían roto con sus padres y que jugaban a cambiar el mundo deformando nuestras mentes. Por esa bendita grieta de los sábados se colaron John Ford, Howard Hawks y Claudio Biern, los únicos referentes sanos con los que construir toda una educación sentimental. Porque, en lo demás, los niños de los ochenta sufrieron la nueva pedagogía, que era lo más parecido a un plan quinquenal televisado. Los programas infantiles de la Movida se desarrollaban con guiones que habría firmado el propio Yuri Andropov, y por si no fuera suficiente con la producción propia también importaron una serie llamada Érase una vez el Hombre, esos dibujos donde aparecía un tipo con barba que nos explicaba muy pacientemente que los españoles habían sido gente muy cruel en la historia, casi tanto como los cristianos, y que los que de verdad molaban eran los aztecas y las brujas. Si alguien quiere bucear en los orígenes de eso que se llama el complejo conservador, o descubrir por qué tenemos tan asumida la Leyenda Negra, sólo tiene que revisar unos cuantos capítulos, cuya tesis ideológica no difería mucho de la que se colocaba en los colegios. Entre otras cosas porque ningún profesor se atrevería a contradecir a la mismísima RTVE, que tenía más autoridad de la que nunca gozara el Movimiento.

En fin, que con la televisión pública han educado a buena parte de la generación mejor preparada de la historia –o eso dicen, como del príncipe– y por eso genera cierto shock descubrir que hay que empezar a cerrarlas. Dejando a un lado el drama laboral –que nos afecta a todos– hay que asumir que lo de deshacernos de las teles de propaganda no es tan grave. Hace muchísimo que lo mejor que le podía pasar a Chanquete era morirse.

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