«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.

Hitler ganó unas elecciones

25 de enero de 2024

Hace poco más de un año, Modesto González, candidato en las elecciones autonómicas por Andaluces Levantaos, declaró en la cadena SER: «Hitler también ganó unas elecciones. Hay que evitar que Vox llegue al poder». Y hace unos meses, Andoni Corrales (Podemos), dijo en la investidura de Azcón en Aragón: «Si en una mesa hay un nazi y diez personas que lo respetan, en esa mesa hay once nazis». Hay millares de declaraciones iguales en las redes sociales, se escucha lo mismo una y otra vez en la calle, y hay una pujante y absurda lucha «antifascista» contemporánea que está dando forma al —bochornoso— panorama político español más inmediato.

Va siendo hora de que hablemos seriamente del fascismo.

Obviaré, para empezar, lo más grueso: confundir fascismo y nazismo y llamar nazis, nada menos que nazis, a tres millones de compatriotas. Eso es no sólo un insulto inadmisible a los descalificados, también una afrenta para cualquier persona que sepa algo de historia y tenga un mínimo de entendederas. Los nacionalsocialistas antepusieron la raza a todos sus demás intereses, instauraron una cultura de la muerte, entronizaron el Estado a expensas del individuo, se creían llamados a imponer un dominio mundial a sangre y fuego y consideraron que gitanos, judíos y otras etnias eran infraseres que debían ser exterminados. Llamar algo así a, insisto, tres millones de compatriotas en 2023, es de estar muy perdido, muy trastornado o ambas cosas.

Este país está enfermo de polarización y hace unos años que es una peligrosa parodia de sí mismo. Hay personas cuyas vidas están lo suficientemente vacías como para decidir que las llenarán con una épica inventada contra un enemigo que no existe, pero que crearán si es preciso: el fascista. Y para lograrlo algunos emplearán los medios que estimen oportunos, incluso medios fascistas que los convertirán en fascistas, si lo creen necesario o sencillamente les apetece.

Hablemos entonces del fascismo. El de verdad. El que está en marcha en estos momentos.

Para empezar, el DRAE. Primera y segunda acepción: «Movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista. Doctrina del fascismo italiano y de los movimientos políticos similares surgidos en otros países». Este es el fascismo histórico. Salvo que hablemos de gente que ondea esvásticas y exhibe retratos del Duce, no hay fascistas a la vista. Decimos que no hay un movimiento de fascistas en España porque no vamos a tomarnos en serio al puñado de dementes que en toda sociedad existe y que carece de relevancia política. Probemos entonces con la tercera acepción: «Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo». Es decir, un fascista es quien no está dispuesto a que las urnas, el debate y el juego de las mayorías determine el gobierno: lo impondrá por la fuerza. Detectar al fascista es, en este sentido, facilísimo: quien agrede a quien piensa distinto, y, en su lado extremo, quien es capaz de aniquilarlo, sea civilmente —buscando, por ejemplo, que lo echen del trabajo— o hasta físicamente. Es decir, la esencia del fascismo en nuestro siglo, su razón de ser y su modus operandi es la violencia.

De ahí que sea una estupidez referirse a la victoria de Hitler en las urnas: aquello no fue más que una anécdota. Jamás existió un fascismo triunfante en las urnas sin violencia. El fascismo empieza y termina con las camisas negras o pardas apalizando primero y asesinando después en las calles. El fascismo son precisamente los fascios enseñoreados en Roma, la Ordnungdienst que crea Hitler, las SA, luego el Putsch (golpe de Estado) fallido que llevaron al Führer a la cárcel, las SS. Las urnas son una anécdota en el caso de Hitler y en el de Mussolini: son la consecuencia lógica tras la barbarie, y esa barbarie, en la Europa actual, no existe, más allá, de nuevo, de unos cuantos alborotadores de todo signo político.

Un ejemplo más, para despejar las últimas dudas. Manolito es el abusón de la clase. Te da una paliza en cuanto sales a la calle, te graba en pelotas mientras te agarra por el cuello en el cuarto de baño, te roba la merienda a punta de navaja, etcétera. Y un día decide que va a ser también el delegado de clase, cosa que «advierte» al resto de sus compañeros. Obviamente, gana y es elegido. Pero es un disparate decir que «Manolito ganó unas elecciones» sugiriendo que el fascismo es un programa político que cabe considerar como tal sin su metodología, que es la violencia. Sin agresión no hay fascismo, punto.

Por la época en que Modesto se despachaba a gusto con su analogía Hitler-Vox, José Errasti y Marino Pérez fueron a Mallorca a dar una charla invitados por su Departamento de Psicología de la Universidad de les Illes Balears. Tenían previsto hacer un análisis materialista del fenómeno de la identidad de género. Un grupo violento se propuso reventar el acto. El rector, Jaume Carot, habló con sus representantes; incapaz de disuadirles de sus planes, cedió a la amenaza y suspendió la charla minutos antes de la hora prevista. Los fascistas amedrentaron, abuchearon y hasta zarandearon a las personas que ya estaban en la puerta esperando que comenzase. Errasti y Pérez se fueron a la sala de Departamento de Psicología para esperar que pasase el lío, y allí fueron unas cuarenta personas a conversar informalmente con ellos. Los fascistas fueron a por ellos; la seguridad de la universidad tuvo que sacar a los conferenciantes inmediatamente por la puerta de atrás y montarlos en un coche. Pero ese día nadie se acordó del poema de Niemöller ni compartió el manido «Primero vinieron por los socialistas, pero yo no dije nada, porque no era socialista»; porque para el falso antifascista el poema solo es antifascista cuando atacan a los suyos. Ningún famoso artista defendió la libertad de expresión de Pérez y Errasti. Horas después, el partido Podemos sacó un tuit donde se felicitaba de los acontecimientos y calificaba lo ocurrido como «una victoria de la sociedad civil». Para un fascista pata negra nunca es el qué, siempre es el quién.

A esto que acabo de hacer algunos lo llamarán «blanqueamiento» del fascismo. Porque para qué te vas a poner a pensar y argumentar cuando tienes un comodín gráfico y memo que te permite seguir en tu sesgo ideológico y sintiéndote de maravilla, un verbo socorrido, «blanquear», que te hace ganar desde tu sillón una guerra inexistente. Servidor lo tiene claro: demócrata es quien defiende a quien es agredido y se presta al juego democrático, sin que importe absolutamente nada que esté de acuerdo con las propias ideas. Lo opuesto, sea contra quien sea, es activismo fascistoide o cobardón postureo.

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