¿Qué coño le pasa al hombre de hoy en día? Los varones, los señores, los machos en general ya no son lo que eran. No sé por qué razón cultivan más su cuerpo que su espíritu con lo que en la mayoría de los casos uno tiene dudas de su masculinidad. La guinda la puso Mourinho revelando la letanía con la que los jugadores del Madrid saltan al terreno de juego: “espejito, espejito, dime qué jugador es más guapo”. Afirmaba Mou que lo importante para los Ronaldos, Ramos y compañía es el espejo y la gomina.
Vaya por delante que el objetivo de este artículo no es hablar de ese vestuario blanco plagado de currutacos narcisistas más preocupados por lo “preti” de sus gayumbos Calvin Klein que por satisfacer al coliseo merengue. Es más, tanto me da si es una costumbre que realizan de puertas hacia adentro o si es una práctica habitual de todos y cada uno de sus ocioss –ya nada me sorprendería. Lo cierto es que los hombres se están feminizando, y eso me preocupa. Antes podía ser algo puntual, pero ahora me cuesta encontrar a algún varón que no tenga insomnio a causa de su imagen. Es una auténtica locura. Lo único gratificante es que la epidemia metrosexual está acotada a edades entre los 15 y los 55 años. ¿Se imaginan a nuestros padres o abuelos haciendo esperar a sus esposas para darse el último retoque en los pelillos de la oreja? ¡Buaj!
El cuidado de la imagen y el culto al cuerpo entre los hombres ya está desatado. Hasta el punto de que muchos de ellos se permiten darte consejos. El otro día en Barcelona un conocido va y me suelta: “Te noto un poco de ojeras y se te empiezan a marcar algo las bolsas bajo los párpados. Te recomiendo que cada noche te pongas un poco de Hemoal en la zona y ya verás como mejoras”. ¡¡Hemoal, la cremita anti almorranas!! Todavía estoy recuperándome del susto. Por no hablar de lo sucedido el pasado agosto. Un amigo vino a pasar unos días a mi lugar de veraneo, y cuál es mi sorpresa que una noche acicalándonos para ir a una cena le pesqué con unas tijeritas poniendo orden en su pelaje nasal. Mejor no les describo mi reacción…
El caso de estos amigos no es algo extremo, se lo aseguro. No hace mucho las cosas eran diferentes. Todo hombre en pleno desarrollo de sus capacidades de cortejo y seducción era tendente a velar por su imagen. Una ducha, un buen afeitado, desodorante de stick, quizás algo de colonia, y punto. Hoy no. Una vez ha perdido el miedo a coger unas pinzas o a ponerse determinada pomadita, todo se acelera. Empieza uno quitándose algún pelo del entrecejo, lubricándose el pelo para dar vigor al cabello; y se acaba depilando el pecho, arrancando la manta zamorana de vello que muchos tienen en la espalda o incluso, agárrense los machos, retocándose las partes más íntimas. No se extrañen pues si en un futuro no muy lejano el mayor motivo de brega entre las parejas sea las largas esperas que ellos les someten a ellas. Al tiempo.
Pero lo que más me molesta es la reacción de las mujeres. La realidad es que les rechifla este nuevo prototipo de hombre-faraona, pero no lo quieren reconocer. En muchas de las cenas y tertulias en las que departimos sobre la deriva metrosexual de los hombres, ellas aplauden mis argumentos al unísono. Responden que también detestan esta conducta y que prefieren sin ningún género de dudas al típico macho alfa español. Mentira cochina. No hay más que tirar de estadística y ver que salvo honrosas excepciones (entre las que me incluyo) la mayoría de hombres que triunfa entre el género femenino son aquellos que se retocan hasta el color de las pestañas. Y eso, no me digan que no, también es preocupante.
Concluyo. Creo que la cultura de la imagen nos está haciendo polvo. No soporto ir a bares o discotecas en los que hay más cola en los baños de hombres que en los de mujeres; me saca de mis casillas tomarme una copa con un amigo y ver que en vez de atender mi amena conversación está buscando el reflejo de su rostro ente los hielos del whisky; no puedo admitir que en los controles de los aeropuertos se inspeccione cada vez más neceseres masculinos que femeninos; y tampoco acepto que dos de los periodistas y escritores que más admiraba hasta la fecha, Eduardo García Serrano y Kiko Méndez Monasterio, previo a sus apariciones televisivas estén casi una hora en la sala de maquillaje, cuando el resto de tertulianos con 5 minutos tienen más que suficiente. Hay que acabar con esta deriva, es algo urgente.
No defiendo al hombre del cromañón, el del “unga unga”, el del “aquí te pillo aquí te mato”. El hombre tiene que cuidar su imagen, sin duda, pero ello no implica que tenga que dedicar más tiempo a cultivar su cuerpo que su mente. En definitiva, el protagonismo de la imagen no debe ser nuestro, sino de ellas.