«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
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Identidades suicidas: el caso vasco

5 de septiembre de 2023

El presidente del gobierno autonómico vasco, don Íñigo Urkullu, ha publicado un artículo en el que expone su horizonte político: forzar la convocatoria de una «convención constitucional» (sic) que transforme el modelo español de Estado para convertirlo en una suerte de confederación de naciones desiguales donde el País Vasco obtendría un estatuto privilegiado. Urkullu alude expresamente al modelo de organización política de España «hasta el siglo XVIII». La referencia histórica abunda en la idea de que España fue una suerte de Corona plurinacional hasta que llegaron los Borbones y acabaron con los derechos históricos de las naciones preexistentes para imponer una única nación española.

Esta idea, muy extendida entre la clase semiculta del país, es sencillamente falsa. Los conceptos políticos contemporáneos (nación estado, etc.) no se corresponden con los de los siglos XVII y XVIII. La monarquía hispánica nunca se concibió a sí misma como una «nación de naciones». Ni siquiera existía el concepto de «País Vasco», sino que cada territorio histórico (Vizcaya, Álava, etc.) mantenía su propia relación con la corona. Aún más: en el siglo XVIII, los territorios vascos siguieron manteniendo sus fueros porque apoyaron al Borbón en la Guerra de Sucesión. Toda la justificación histórica del planteamiento de Urkullu es esencialmente falsa. Cosa que tampoco puede extrañar en un nacionalismo como el vasco, construido en buena medida sobre falsificaciones, tergiversaciones o generalizaciones abusivas. En todo caso, este relato se ha ido imponiendo sistemáticamente a lo largo de los últimos cuarenta años como cimiento para la construcción de la «nación vasca». Hoy ha alcanzado el rango de verdad oficial que nadie puede discutir y toda la sociedad vasca actual se ha construido en torno a eso. El País Vasco es la región de Europa más intensamente modelada en torno a un concepto fuerte de identidad colectiva. Por eso es tan llamativo que el resultado práctico, cuarenta años después, sea la lenta extinción de los vascos. 

El desastre demográfico vasco

Lenta extinción, en efecto. Pocos meses antes de que se publicara el artículo de Urkullu, el instituto Vasco de Estadística, Eustat, daba a conocer algunos datos francamente interesantes sobre la situación de esa sociedad vasca. En el País Vasco viven 2.180.000 personas, que es aproximadamente la misma cifra que hace cuarenta años. De ellas, el 25% tiene más de 65 años. La población de 15 a 29 años se ha reducido en 100.000 personas. Eso supone una disminución del 50% (nada menos) respecto a la cifra de hace veinte años. Hoy hay sólo 60,5 jóvenes por cada cien vascos mayores de 64 años. De ese reducido número de jóvenes, el 14,5% son extranjeros y se estima que el porcentaje de foráneos llegará al 20% en 2030. En el censo de las últimas elecciones autonómicas, el porcentaje de jóvenes (18-29 años) era de un 12,1%, mientras que el de mayores de 65 años era de un 29,2%. Esos escasos jóvenes, por otro lado, cada vez se emancipan más tarde: con 30,2 años, cinco años más tarde que la media europea. Un 25% de los vascos de 35 años sigue viviendo en el hogar paterno. En estas condiciones, no puede extrañar que la cifra de nacimientos sea de las más bajas del mundo: 1,28 hijos por mujer. El año pasado nacieron sólo 14.000 niños en el País Vasco (tres veces menos que hace cuarenta años). El 30% de ellos, por supuesto, hijos de madres extranjeras.

Por supuesto, la ideología nacionalista no es la única causa de que el País Vasco se esté convirtiendo en un gigantesco geriátrico. Hay que incluir en el análisis las funestas políticas de «bienestar», comunes a casi todo Occidente, que tienden a frenar la natalidad, así como otros fenómenos específicamente locales: desindustrialización, construcción política de redes clientelares con cargo al erario público y, naturalmente, el efecto de medio siglo de dinámica terrorista, entre otros factores. En los últimos cuarenta años han abandonado el País Vasco más de 200.000 personas, en buena medida por el clima político. En todo caso, los hechos son duros de roer: cuarenta años de construcción de la nación vasca, de permanente intensificación de la identidad vasca, están conduciendo a la progresiva extinción de los vascos de carne y hueso. ¿Qué género de identidad es esta que hace que uno, a fuerza subrayar lo que es, deje de ser?

Qué es una identidad

El concepto de identidad siempre resulta problemático. No es un concepto propiamente político y sin embargo es esencial para la construcción de una comunidad política, porque no es posible construir comunidad alguna donde la gente no se identifica como miembro de algo. Una sociedad que se concibe a sí misma como un mero agregado mecánico de individuos no es exactamente una sociedad: es una masa sin forma que sólo puede conducir a la angustia individual y a la alienación colectiva (por no hablar de lo expuesto que semejante agregado humano queda a los caprichos del poder). Por eso es razonable cultivar todos aquellos hechos que dan a la gente una razón para vivir juntos (una lengua compartida, una misma idea de lo que es bueno y malo, una historia común, etc.). La idea moderna de que todo eso puede ser sustituido por una mera adhesión individual al orden constitucional, a la ley, es una presunción que en las sociedades actuales se ha demostrado simplemente falsa. La España actual, que ha renunciado expresamente a sus rasgos identitarios nacionales, es un perfecto ejemplo. Ahora bien, una identidad colectiva construida exclusivamente sobre rasgos diferenciales no parece mucho más sana. ¿Por qué? Porque a fuerza de subrayar lo diferencial en detrimento de lo común, termina generándose una dinámica de exclusión que acaba reduciendo al grupo a su mínima expresión. El caso concreto del País Vasco es muy ilustrativo. Y, por cierto, la sociedad catalana lleva el mismo camino.

Paul Ricoeur explicaba que la identidad es una realidad compuesta, mixta: hay una identidad ipse que es lo que me define, lo que me singulariza, y hay una identidad ídem que es lo que me hace idéntico a otros. Del juego —no necesariamente apacible— de lo ipse y lo ídem nace la identidad tanto personal como colectiva. En lo colectivo, España era un buen ejemplo de eso, porque hasta fecha no muy lejana había una identidad vasca y española, catalana y española, etc. Pero en el curso del último medio siglo, las élites políticas vasca, catalana y gallega (imitadas hoy en otras regiones) han destruido la identidad tradicional de sus sociedades para construir unas identidades nuevas sobre la base de lo ipse, lo que singulariza, lo que diferencia, llevándolo a extremos frecuentemente patológicos. Es interesante ver que, al cabo de ese medio siglo, el resultado son unas sociedades en franco retroceso. 

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