«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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Iglesia y pederastia (III)

7 de diciembre de 2023

En el artículo anterior veíamos la importancia de educar sexualmente a los hijos desde la infancia, y no cuando consiguen el primer empleo.

La mayoría de agresores son hombres y hay que abordar el problema desde esa perspectiva. Del mismo modo que si se tratara de un problema femenino —como tantos otros— lo abordaríamos de manera diferente.

El consumo de pornografía empieza a los ocho años, y las charlas de educación sexual, que de educación tienen muy poco pero de vicio y desenfreno un montón, incluso a edades más tempranas. Conviene por tanto proteger a nuestros hijos de esa mirada empobrecedora del sexo que los daña a ellos y a quienes los rodean.

Cuanto antes empiecen a banalizar el sexo, antes se convertirán en un peligro social. Y esto no es una opinión, son hechos demostrados. Invito a los habituales consumidores de pornografía a que recopilen el histórico de sus búsquedas de contenido pornográfico e intenten sacar una conclusión. O a que vean que cuanto mayor es el agresor, menor es la víctima. El vicio es un torrente capaz de arrasar cualquier barrera.

Y si la semana pasada poníamos el foco en el perfil del agresor, esta semana lo pondremos en el ambiente en el que vive la víctima.

Hoy quiero fijarme en una cifra que solemos desdeñar y que es esencial. Y tiene que ver con las implicaciones de tener —o no— una familia más o menos normalita.

Hemos aceptado que los hijos son un derecho de los padres (cuando los traen al mundo —niños probeta— o cuando los barren de él —aborto—). Lo único que importa es lo que a un adulto, a dos, o a tres o incluso a una tribu les salga del níspero. Y a la pobre criatura no le queda más opción que aceptarlo. Ya desde el mismo momento en el que aterriza en este mundo lo hace a capricho de quien más tendría que quererlo.

No son acogidos como un don sino como un derecho. Quizá sea la primera vez en la historia en que el padre tiene más de niño caprichoso que el hijo de cinco años al que está malcriando.

Y esa mirada tan triste y perversa sobre la descendencia también tiene implicaciones en la familia. Y me refiero a que lo raro es tener a los hijos en cuenta cuando tomamos decisiones que les afectan y mucho.

Y así acabamos convirtiendo el matrimonio en la triste unión de dos voluntades adultas, como si no hubiera nada más en el mundo que nuestra pobreza espiritual y el descubrimiento de nuestra incapacidad para amar y ser amados.

Que el divorcio afecta muy negativamente a los hijos es algo que ni nos planteamos, a todos nos parece muy bien que sea más fácil romper un matrimonio que cambiar de compañía telefónica. Y es una pena, pues salvo casos graves y particulares que entrañan todo tipo de riesgos para el matrimonio y para la descendencia, el objetivo sería procurar a los hijos un hogar en el que crecer, a pesar de que «el amor ya se haya ido» o que de repente seamos «incompatibles».

Cuando hay un divorcio lo primero que se rompe es el niño, el matrimonio ya llevaba tiempo roto.

De las cifras del informe ANAR sacamos un dato muy llamativo. El 61,5% de las víctimas de abuso no viven en un «hogar familiar nuclear» con padre y madre. Y en el caso de los menores de doce años el abuso se da sobre todo en hogares monoparentales o de padres separados (70,9%).

La política de divorcio libre y gratuito ya la hemos aplicado con creces y el resultado ha sido nefasto. Quizá deberíamos intentar salvar todos los matrimonios, aunque sea lo difícil, lo desagradable, incluso lo imposible.

Creo que sería suficiente con poner muchas más trabas al divorcio. Pero para eso tendríamos que dar más importancia a la familia que a todas las compañías de telefonía juntas. Y las leyes tendrían que reflejar y reconocer esa importancia.

Vemos por tanto lo importante que es educar bien a nuestros hijos desde pequeños, procurándoles un hogar lo más normal posible, en el que el modelo de un padre y una madre los proteja y los haga crecer con el corazón y los afectos ordenados.

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