Ha hecho fortuna el editorial de The Times atizando a Sánchez, don Teflón, al que piden que deje la Moncloa. Lo han reproducido casi todos los medios españoles, especialmente los que desde la izquierda ya han bajado el pulgar al número uno. Destacan La Sexta y el grupo Prisa. Sánchez está tocado, hundido, casi acabado, y lo saben hasta en la Pérfida Albión.
Allí su flamante parlamento ha aprobado la ampliación del aborto hasta el último día del embarazo. La noticia apenas la han contado en España excepto honrosas excepciones como esta casa y un par de digitales más. Las grandes cadenas de radio y televisión han pasado por alto que en el Reino Unido también sea legal abortar por sexo biológico no deseado y desde hace tres años a niños con síndrome de Down hasta el mismo momento del parto. Aborto libre en la cuna de la democracia liberal. La voluntad, el yo, por encima de la vida de terceros. Lo dice la ley.
Tal es el consenso que el diputado inglés Jerome Mayhew denuncia que apenas bastaron 46 minutos de debate. Un mero trámite o mucho menos que eso, pues conseguir un mísero papel en la administración nos ocupa semanas o meses. Para triturar niños o subirse el sueldo el poder es de lo más diligente.
Hace décadas que Occidente sucumbió al relativismo, peste de la que no se libra ni la Iglesia, donde a menudo sus pastores tienen miedo a decir la verdad. No digamos ya sus periodistas. Hace dos años Carlos Herrera fue desautorizado en directo por el arzobispo Luis Argüello, hoy presidente de la Conferencia Episcopal, porque en su tertulia llevaban días hablando del aborto como un derecho de la mujer. Ya saben, el coro de peperos habituales, cristianos culturales con balcones a la Semana Santa, recibieron de uñas la propuesta de VOX en Castilla y León que ofrecía la posibilidad de escuchar el latido fetal a las mujeres embarazadas que pensaban abortar.
Argüello negó que el aborto sea un derecho y aplaudió la iniciativa provida. El día después Herrera dijo que hay un partido que tiene la torpeza de defender sus principios de tal manera que favorece al sanchismo. Por alguna razón, tener principios es darle un balón de oxígeno a Sánchez, pero pactar con él o comer langostinos con Zapatero en Sanlúcar es dar la batalla cultural.
Muy pronto estas aberraciones también llegarán a España, donde ya está penalizado rezar ante un abortorio, pues es intolerable que el doctor Jesús Poveda haya salvado a miles de niños de la trituradora. Su reverso, por cierto, es el médico neoyorquino Bernard Nathanson, que practicó 75.000 abortos y años después confesó al periodista Gonzalo Altozano en el Semanario Alba que había sido «un asesino en serie». Dentro de muchos años, cuando esta práctica sea abolida, recordarán nuestra época como aquella que castiga al médico que salva vidas.
En nuestro caso, y como en casi todo, fueron los socialistas quienes nos trajeron el progreso. En 1985 el PSOE bueno aprobó la ley del aborto cuando no había una demanda real en la calle. Tampoco conviene llamarse a engaño: toda gran transformación social viene impuesta por el poder. Siempre de arriba abajo. Y con el paso de los años se le llama consenso. Consolidado ese avance llega el momento de consagrarlo derecho, estatus que trae consigo numerosos chiringuitos y observatorios, refugios errejonianos para cuando toque volver a la oposición.
El sistema blinda sus conquistas y la ley Aído es el paradigma. El PP la recurrió al Tribunal Constitucional que, con mayoría conservadora, guardó el recurso en un cajón durante 13 años. Una vez entregado el tribunal a Conde-Pumpido, los socialistas, libres de complejos, sentenciaron que el aborto es un derecho. Feijoo lo celebró, así que los mismos que habían recurrido la ley acabaron alegrándose de que no prosperase su propio recurso. Estos son mis principios y si no le gustan se los encargo al TC.
De modo que a estas alturas no caben hipocresías ni aspavientos porque el Parlamento británico haya legalizado el aborto hasta el último día del embarazo. Siempre es el último día del embarazo.