«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Inmigración masiva: Francia, 2023. ¿España, 2050?

2 de julio de 2023

Por mucho que lo intenten pintar como la justa ira de unos pobres descarriados por la muerte de un inocente «ángel» (M’Bappé dixit), ésta vez no cuela. Los sangrientos disturbios en varias urbes francesas por la muerte de un delicuente menor de edad con antecedentes, que desafió repetidas veces a la policía, son el vivo retrato de la bomba de relojería social llamada inmigración masiva y descontrolada. Durante años, se salieron con la suya camuflando un desastre histórico con parches de emoción e ideología. Pero ésta vez, sencillamente no cuela.

Y es que ya van muchas revueltas en las «banlieues», demasiadas para engañar una vez más a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Empezaron en los años setenta, alcanzaron un punto de no regreso en 2005 en Clichy sous Bois en las afueras de París, y desde entonces, las mismas pautas, el mismo guion: insurrecciones que se extienden como un reguero de pólvora en varias ciudades, destrozos incalculables, saqueos indiscriminados y ataques contra todos lo que pueda representar el denominador común llamado République, ya sean escuelas, autobuses, comisarías, alcaldías, policías o bomberos.

Una orgía de destrucción que enfurece a la población pero no así a la mayoría de los medios y de la clase política . Los primeros se refugian en eufemismos cobardicas para informar de puntillas, los segundos se amilanan con minutos de silencio en la Asamblea Nacional, pisoteando la presunción de inocencia del policía y ahogando su cobardía en subvenciones billonarias y clientelismo local.

Pero ésta vez, es diferente, porque es peor. Porque al ver la orgía de violencia y de caos, la palabra «disturbio» se queda ridiculamente corta; porque bajo el paño caliente del «racismo»,  las redes sociales muestran la tozuda realidad de la sedición y la impunidad generalizada; porque por primera vez, un partido político (la extrema izquierda del pirómano Mélenchon) alienta los distrubios al son del  islam político y de todos los fanáticos nihilistas que sueñan con transformar a Nahel en el George Floyd francés. Y sobre todo, porque detrás de cada tiro de mortero se dibuja el fantasma que algunos centinelas osaron señalar hace ya décadas y que ya nadie puede ignorar: el del enfrentamiento civil en un país descompuesto y polarizado.

En 2023, tras décadas de migración salvaje permitida por la ceguera y la arrogancia de sus élites, Francia es un polvorín étnico, social y religioso. Debería ser el espejo en el que otros países europeos deberían dejar de mirarse, al menos, los que están a tiempo de evitar el caos, porque otros (Suecia, Bélgica, Holanda, Alemania) están condenados a la misma suerte.

Por fortuna, España tiene unas décadas de retraso respecto a Francia. Por desgracia, nuestro país anda como hiptonizado hacia el mismo abismo, cometiendo en diferido, uno por uno, sin inmutarse, los mismos errores. Ingenuidad generalizada, debilidad geopolítica, política de parches y gestos, enfoque moralista y emocional de la migración, negación de su impacto cultural, globalismo ramplón, capitulación ante tribunales y convenciones internacionales y europeos, sacralización de las “oenegés”, laxismo frente a los países de origen, nacionalizaciones masivas y tiradas, ayudas sociales regaladas o malversadas, desprecio a la identidad e historia española y, en definitiva, un fatalismo suicida y bobalicón frente a la migración.

Todos, absolutamente todos los ingredientes del desastre francés, sueco, belga u holandés se dan en España, sobre todo la auto-complacencia de unas élites embobadas con eslóganes y ensimismadas de un buenismo fanático. Urge un golpe de timón para evitar una catástrofe anunciada y aún así, en España, el debate existencial sobre la inmigración brilla por su ausencia.

En Europa, sólo Hungría y Polonia se oponen a un pacto migratorio que pretende imponer multas por no acoger inmigrantes ilegales en vez de fomentar el control efectivo de las fronteras. Y en España, la frívola irresponsabilidad de la izquierda rivaliza con la timorez del centro derech con una sola excepción.

Una excepción que será la razón por la que muchos votantes han cambiado y seguirán cambiando de aires y darán su auténtico significado a la noción de “voto útil”. Muy útil, sí, para evitar que la España de 2050 se parezca a la Francia de 2023.

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