Bajaba las escaleras raudo y veloz, mirando a izquierda y derecha, sigilosamente comprobaba que no había nadie que pudiera interrumpirle, juzgarle, destrozarle su íntimo momento. Vestido como un joven adulto, camisa de cuadros, pantalón de pinzas. Entonces abría una pequeña caja, sacaba lentamente su contenido y lo colocaba en su lugar. Silencio. Pulsaba uno de los botones, se deslizaba suave por el suelo, un poco, casi nada, cogía una vela blanca y «It´s not unusual» llenaba el elegantísimo salón de la inmensa casa de Bel-Air. Entonces Carlton Banksse dejaba llevar por un baile extraño, lleno de pasión y convulsiones. Los brazos como aspas, las piernas casi desencajadas, el ritmo en la piel.
Ese monólogo de cante y baile fue superado por el dueto con Tom Jones. Se abrieron las puertas del salón que daban al jardín, una humareda blanca y angelical y apareció él. El cantante fiel a su estilo con una chaqueta azul eléctrico y Carlton -enfermo- con un elegante albornoz a rayas de lazada impecable, pijama varonil. Una conversación psicotrópica y la solución a los problemas en la misma canción. Dos micrófonos y la coreografía imposible. Todo fue un sueño pero quedó el memorable momento.
Cuando Carlton y Will fueron al concurso de baile en Las Vegas y sonaron los primeros compases de «Apache» deThe Sugarhill Gang fue tan impresionante como la camiseta corta y con flecos moviéndose al ritmo de los bongos del fondo. Puntos cardinales marcados con las caderas, vueltas de cowboy a saltos con lazo imaginario, sensualidad extraña, danza tribal y que Carlton volara hacia el público no desmereció la coreografía ni un ápice. De los mejores bailes de la historia. Quizás Audrey Hepburn en «Sabrina» pueda superarlo, no lo tengo tan claro.
Carlton Banks, tan materialista como avaro, descubrió al ritmo de Billie Jean que podía desnudarse y a la vez recibir dinero de señoras de la alta sociedad enfervorecidas por la copia perfecta de los pasos de Michael Jackson. No contaba con que entre ellas estuvieran su hermana y su elegantísima madre pero hay que reconocerle un fantástico ritmo a la hora de quitarse la corbata.
Esa misma canción (Alfonso Ribeiro, el actor que encarnaba a Carlton, hizo a los diez años un anuncio de Pepsi con Michael Jackson imitándolo) llegó a bailarla tras un claqué elegante y distinguido, el ritmo de Fred Astaire fusionado con danza africana y el soul de banda sonora. Un salto y se convirtió en el pequeño de los Jackson, fue algo digno de recordar, moonwalk incluido y final de brazo en alto.
Sin lugar a dudas, El Príncipe de Bel-Air se habría quedado en conde o duque si no fuera por los a veces hilarantes, a veces maravillosos, y siempre inusuales bailes de Carlton Banks.