«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

La exaltación de la estulticia

9 de enero de 2023

En todas las épocas y ocasiones los mandamases han recurrido a adornarse de los valores más estimados, socialmente. Han presumido de ser muy inteligentes, dechados de honradez y sinceridad, traspasados de bondad, imaginativos. Pues bien, en este aciago momento histórico, por lo que respecta a España y a la mayor parte del mundo, los que mandan más bien compiten por parecer medio tontos. Se aferran al «lenguaje inclusivo», a los dogmas menores de la «corrección política», a las puerilidades del «feminismo», a las extravagancias del «veganismo», a las marrullerías del «animalismo». Y mientras… la casa sin barrer.

El texto programático de la nueva ideología «progresista» podría caber en un solo enunciado de las bromas infantiles: «Tonto el que lo lea». Representa el canto del cisne de la cultura occidental, la que antaño dio sentido al mundo. En España, la mayor parte de los altos puestos del Tribunal Supremo se alinean con el «progresismo» imperante.

El texto programático de la nueva ideología «progresista» podría caber en un solo enunciado de las bromas infantiles: «Tonto el que lo lea»

La exaltación de la estulticia por parte de los que mandan en todos los órdenes significa que uno debe mostrarse como «progresista». Es algo que insume muchas energías en personas que no han sabido esforzarse en los estudios o en el trabajo. A nadie llama le atención el hecho de que, al presidente del Gobierno de España, doctor en Ciencias Económicas, le hayan escrito su tesis doctoral. Por cierto, se considera un documento de alto secreto. Sería del mayor interés su desclasificación. Aunque sobran los documentos para recomponer la figura apolínea y alelada de nuestro amado presidente del Gobierno, con su indomable sed de poder.

Lo nuevo no es que haya personas ávidas de mando en plaza. Lo que ahora les distingue suele ser la cabeza hueca o así lo parece. Es un misterio determinar por qué son aceptadas, encumbradas y hasta adoradas por el pueblo. La única explicación es que haya cundido en el electorado el culto por lo vulgar. Acaso sea este resultado una de las manifestaciones más palmarias del reciente desastre de la enseñanza, desde la guardería hasta el máster. Es otra forma de inflación, mucho más peligrosa que la del dinero.

Los tontos que mandan tampoco es que sean infradotados. Mantenerse en el poder a toda costa requiere habilidades poco comunes

La inteligencia o el buen gusto siempre se han distribuido conforme a una curva normal. Lo irritante de la situación española actual es que se premia a la cola menos favorecida. Quizá sea una forma de ayudar a los menos dotados y conseguir así un cierto rasero de igualdad ficticia. En efecto, un cardumen de estúpidos muestra más homogeneidad que un elenco de personas instruidas. La inteligencia es naturalmente aristocrática.

Los tontos que mandan tampoco es que sean infradotados. Mantenerse en el poder a toda costa requiere habilidades poco comunes: astucia, conocimiento de las debilidades humanas, fidelidades perrunas a los que otorgan favores… Pero esas son cualidades comunes a los altos delincuentes. No les falta conocimiento, sino escrúpulos de conciencia.

Tampoco, creo que la estulticia sea un rasgo de nacimiento o de familia. Yo la veo más como una debilidad para llamar la atención. Una mujer al frente de un Ministerio puede presumir de regresar a su casa de madrugada «sola y borracha». Es todo un plan de vida que asegura la permanencia en el clan de los que mandan. Los poderes deben ser «virales», esto es, llamativos, caprichosos. La falta de inteligencia se disimula si uno demuestra alguna originalidad, aunque sea retorciendo el Código Penal. Por ejemplo, si una mujer asesina a su esposo, ese acto se considerará como legítima defensa no como violencia de género o doméstica.

Un mundo dominado por un hatajo de imbéciles puede percibirse por muchos como una bendición o, al menos, como una avenida de oportunidades. La creencia prevalente es que de ese modo cualquiera puede conseguir el éxito al que aspira. Para ello no hay que esforzarse mucho en los estudios o en los primeros trabajos. Lo fundamental es disfrutar, el verbo de moda del optimismo programático de nuestro tiempo hedonista. Bien es verdad que el disfrute se halla muy mal repartido. La desigualdad la corrige el Gobierno con su cascada de subvenciones, ayudas y cheques. Es el mejor de los mundos.

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