El cachalote bigotudo de Caracas es el animal dentado más grande del mundo y también el más animal. Mide unos 20 metros de largo, sin contar la indignidad que le cuelga, que es infinita, por más que sea lo único que le cuelga. Se alimenta principalmente de sangre de venezolano inocente y, tras los últimos avistamientos en constante estado de excitación bolivariana, los científicos creen que frecuenta complementos alimentarios nocturnos de muy dudosa reputación.
Tiene la cabeza en forma de ladrillo hormigonero, y porta por cejas dos mostachos, colgando bajo su trabajada nariz un manchurrón negro, tal vez la coleta cortada a su amigo, la ratita presumida de Maturín, otrora llamado Cabello, animal de tamaño menor que emite por único sonido palabrotas e injurias con ridícula voz de pito. Lleva el cachalote bigotudo dos resacas de ron por ojos, y se peina cada mañana frotando el puercoespín que corona su espantosa figura contra el felpudo de la entrada de casa.
Por comunista y por bobo, es el más impopular de los animales venezolanos y aun así se empeña una y otra vez en ser el rey de la selva, provocando epidemias de hilaridad en la fauna, y en parte de la flora, que las guanábanas, al verlo expulsar aire por la nariz cuál búfalo, les entra tal meneo de tronco al intentar aguantarse la risa, que a menudo se les caen sus enormes frutos por accidente, con el temor a atizarle en todo el coco a la Delcy Rodríguez, que de un tiempo a esta parte acostumbra a golpearse con mamones, quizá porque le resultan familiares.
Según mi enciclopedia del reino animal, el cachalote bigotudo de Caracas se pasa la mayor parte del tiempo cazando (venezolanos), pero de vez en cuando se toma un descanso para socializar a su manera, algo que hace llamando a otros individuos para «frotarse los cuerpos mutuamente». Asombro hallazgo que demuestra lo que siempre hemos temidos, que se trata de un bicho bastante cerdo, dominado aleatoriamente por las más primitivas perversiones, sin freno alguno de conciencia moral, aunque tampoco lo ha bendecido Dios con la agudeza del instinto, que en sus breves entendederas tal palabra solo alude a las piernas de Sharon Stone.
El cachalote bigotudo de Caracas está ahora en peligro de extinción y, aunque sólo queda un ejemplar, la comunidad científica parece estar de acuerdo en que uno es demasiado. Durante años no ha tenido depredador natural y eso le permitió hacer sus cosas de cachalote con impunidad, pero ahora la cosa ha cambiado, tan pronto como todo venezolano de bien anda mirando al cielo y preguntando a voz en grito por qué demonios Noé decidió meterlo en el arca.
La mera presencia de la singular, valiente y bella María Corina Machado, nueva líder de la selva, le vuelve loco, le hace cocear con la cola, y expulsa espumarajos por la boca, o lo que sea la apertura esa que le cruza en horizontal el adoquín huero que tiene por cabeza. La muchacha representa la única esperanza de liberar al pueblo venezolano de este monstruo marino de repugnantes costumbres y estúpidas maneras, que, por razón de su aversión a cualquier tipo de higiene, constituye también un peligro para la salud pública, además de un indudable peligro para la salud mental.
En los últimos días, al fin todo ser viviente de la selva le ha plantado cara y en lugar de renunciar a sus autoconcedidos galones, anda loco, como pollo sin cabeza, bramando aquí y allá, y prometiendo muerte y destrucción, como si otra cosa distintiva hubiera aportado él durante toda su vida a la bella tierra de Venezuela.
Vocifera el cachalote bigotudo de Caracas que logrará detener a María Corina, que ya le gustaría tener tremenda mujer delante, pero yo en su lugar repensaría tales amenazas, por cuanto pasan por alto lo fundamental: que, puestos frente a frente en una esquina solitaria de la selva, salta a la vista que, en la fotografía conjunta de las dos especies, ahí sólo hay una con dos huevos y, advierto, no se trata del cachalote bigotudo.