En el mundo hay muchísima belleza, sólo hay que saber mirar para descubrirla. Dos abuelos paseando cogidos de la mano, un árbol cargado de fruta que alegra la vista y alivia la sed del caminante, el trasiego de miles de coches por la autopista, con un montón de cabezas dentro, cada una con su historia y su destino y, ¿por qué no?, también hay belleza en el moco que asoma por la naricilla de un niño, y más cuando corre en pos de sus padres para que lo limpien. ¿Hay algo más tierno?
Pero también en el mundo hay muchas cosas feas y las cosas, a veces, se ponen muy pero que muy feas. Eso siempre ha sido así, y así seguirá siendo. Con la particularidad de que ahora muchas cosas feas tienen rango de ley, incluso algunos las defienden con orgullo. Como si la suya fuera la causa de un héroe o de un santo.
Con la diferencia de que esos Robin Hood que nos rodean no están del lado de los desfavorecidos, su causa es precisamente acabar con ellos, aunque sea en el seno materno.
La última aventura de estos Robin Hood del asesinato y la fealdad ha sido plantarse delante de la parroquia del Remei, en el barrio de Les Corts de Barcelona, para grabar un vídeo atacando al sacerdote que, por cierto, desde hace unos meses, ya no vive allí.
Le acusan de antiabortista, como si no fuera ésa una de las medallas que con mayor honor luciremos dentro de muy poco —si Dios quiere—, cuando se descubra el pastel y la sociedad, avergonzada, tenga que agachar la cabeza.
Pero la guerra de estos chavales es contra un muro, concretamente el de la iglesia del Remei, pues el sacerdote ya no vive en ella. Y lo saben, y lo dicen en el vídeo, pero seguramente estarían aburridos y querían hacer el ridículo allí, en lugar de hacerlo en el nuevo destino del sacerdote. Eso les habría obligado a una sencilla investigación y a desplazarse un poco más lejos. Es evidente que no son el lápiz más afilado del estuche.
¡Quién sabe! Si hubieran ido a su actual parroquia, posiblemente el padre Pablo Pich habría salido a saludarlos y habrían descubierto a un sacerdote alegre, divertido, del que, por no saber, no saben ni pronunciar su apellido, que se pronuncia pic y no pich, que no pide perdón por lo que no hay que pedirlo y que no alberga en su interior el odio que sí albergan quienes lo atacan.
Pero eso habría tenido también su riesgo, pues algunos, esperando encontrarse con un monstruo, habrían descubierto a un buen hombre, y eso los hubiera llevado a sufrir una crisis nerviosa, al tener que admitir que su película de Netflix no guardaba ninguna correspondencia con la realidad.
Es triste, pero algunos parecen tener la inteligencia justa para pasar el día.