«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

La jácara

1 de febrero de 2024

Quien más, quien menos lleva escrito en la cara los últimos cinco minutos de su vida. Algunos llevan escritos los últimos 50 años, pero ese es otro asunto. La geografía facial es una fotografía del instante: ceño fruncido, el problema no tiene solución; ojos saltones de galápago, divisas a un tipo tratando de abrir tu coche; rojo con brillo ibicenco, te has cruzado con ella; palidez traslúcida, un viejo conocido muy pesado te ha reconocido por calle; desarme jocoso con dientes de camello, el chiste ha sido bueno; rostro azulado, ha llamado al timbre un inspector de Hacienda. Y así hasta el infinito. Hay enciclopedias enteras en los temblores y tonalidades del rostro.

El martes, las cámaras captaron a Sánchez abandonando el Congreso con desabrida premura, como si acabara de recordar que ha dejado una olla al fuego. Su rostro no era una línea solitaria, un apunte de personalidad, sino todo un poema, con sus quiebros, sus rimas, y sus elipsis lanzadas con letal puntería. No era un poema cualquiera, sino una jácara quevedesca: «Porque me metí una noche / a Pascua de Navidad / y libré todos los presos, / me mandaron cercenar».

Al término de la votación, la cara de león macerado en vinagre del presidente era el reflejo de los cinco últimos minutos, en los que sin duda se le habían aparecido en sueños todas sus traiciones, hasta el momento inútiles, entremezcladas con apariciones de Bolaños, ataviado de Bugs Bunny, mordisqueando contento la zanahoria de las vanas esperanzas y llenándole la cabeza de Looney Tunes con final feliz. Pero era también el hombre abatido, cansado incluso de su propio modo de vida, de los propios y de los ajenos, del rock and roll de mentir y retorcer la ley para subirse a un avión oficial, de guerrear contra más de la mitad de los españoles, de escuchar verdades como puños a la oposición en la tribuna de oradores, de mentir hasta en familia, de su propio manual de resistencia, más propio de un yonki del poder que de un político en activo. Quizá hasta escuche en la ducha los ecos del viejo adagio del cargo público en cualquier blue Monday: «No es tanto lo que se gana, para tanto como se padece».

Creía ser el más indigno, el más miserable, y el más temido, sólo para que hasta sus socios le tuvieran el respeto del temor, pero —no será porque no lo hemos vaticinado en estas páginas— ha cruzado al fin su destino con otro bergante, tan rastrero como él, tan abyecto como él, tan alevoso como él, y ha probado al menos un poco de la medicina que él lleva administrando a todos los españoles desde la infame moción de censura de 2018. De ahí el rostro, dislocado y tiznado en las oquedades, a medio camino entre el quebrantahuesos y el pez borrón.

Hoy Sánchez tiene por fin el sillón monclovita que ansiaba revalidar, sí, pero su día a día pende de un hilo delgadísimo que sujetan con sus dedos los mayores traidores de la España contemporánea, al alimón con los pistoleros sin escrúpulos ni arrepentimientos, y los nostálgicos de las carnicerías leninistas. Jamás le habrá merecido la pena.

Pase lo que pase en las próximas semanas, su gesto del martes no es un revés en medio de una larga batalla en la que pueda saberse vencedor. Sino la derrota sobre la derrota. La seguridad de que, aún ganando, siempre habrá perdido. La constatación de que se acabaron los días en que gobernar un Frankenstein era un infierno, pero un infierno asumible si Bolaños, como ayer otros, va delante con suficiente agua en la manguera.

En cualquier político normal, lo siguiente a ese gesto, a esa huida sombría del hemiciclo, sería el final inmediato de la legislatura, la convocatoria de elecciones, y su abandono irrevocable de la política.

El martes, en fin, quedó claro que ya no hay Gobierno de España.

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