Un viejo axioma de la ruleta de la fortuna histórica española: cada vez que la izquierda va a perder las elecciones, ocurre algo extraño. No me detendré a enumerar las corruptelas, calamidades, atentados, y calles incendiadas que, de la noche a la mañana, provocaron un vuelco electoral de última hora, y siempre en la misma dirección, en bello homenaje a la casualidad. Y, según Tezanos, el PSOE perderá las elecciones; o sea, lleva un año diciendo que las ganará, lo que sin duda significa que las va a perder, que Tezanos es menos fiable que Paul, aquel pulpo alemán célebre en 2008 por predecir los resultados de la Eurocopa.
En los últimos días, una serie de investigaciones policiales han desvelado varias tramas de corrupción y compra de votos, unos apuntan al PSOE, otros a Marruecos, que, mientras Rabat tenga los archivos personales del móvil de Sánchez, es hablar de lo mismo. No quiere decir que no haya más tongos en marcha, sino que los que han salido a la luz –a esta hora- son estos, en lo que tiene todo el aspecto de ser una explosión controlada. La pregunta es necesaria: ¿está el Gobierno en condiciones de garantizar unas elecciones limpias?
Ocurre que todavía no sabemos cuánto de sucias pueden ser. Tras estallar el escándalo de Melilla, la reunión de Coalición por Melilla con agentes de Rabat antes del fraude no parece que fuera sólo para compartir dátiles, se hizo el silencio. Pero tan pronto como supimos que había detenidos del PSOE en el caso de Mojácar, la maquinaria mediática de la izquierda puso el ventilador, tratando de vincular al PP a dos de los detenidos en Melilla de manera un bastante forzada. Y, si siguen apareciendo casos de compra de votos con socialistas implicados, veremos también como alguien en Moncloa logra extender la sospecha a Vox. Es todo tan inédito que me lo sé de memoria. Imposible no recordar a aquel simpático socialista que, en el año en que la estrategia electoral socialista consistió en hacer demagogia con el accidente del petrolero Prestige, soltó en un corrillo preelectoral: «Vamos sobrados de votos. ¡Y, si es necesario, hundimos otro barco!». Lo dimitieron y, francamente, mentía mucho menos que otros que siguen en el cargo.
Lo novedoso de esto no es que Marruecos intente meter el hocico en las elecciones españolas, ni que el PSOE trate de ganar a cualquier precio –a veces nos ha salido carísimo-, lo realmente nuevo es el alarmante volumen de tráfico de votos que está produciéndose, hasta donde sabemos, porque si en Melilla se investiga la compra de 10.000 votos, no es descabellado pensar que en el resto del territorio nacional la cifra podría ser mareante. Los vendedores de voto, por lo estamos viendo, son personas desfavorecidas con necesidad urgente de dinero o de trabajo; no por casualidad también se ha investigado en Melilla en el pasado el intercambio de votos por promesas de empleos a través de los Planes de Empleo, en un escándalo que salpicó a la coalición socialista-islamista PSOE-CPM.
Por otra parte, la Ley de Memoria Democrática de Sánchez ocultaba la nacionalización exprés de los nietos extranjeros de descendientes españoles, en pleno año electoral, y el objetivo era precisamente el que estás pensando. Misteriosamente, el Ministerio de Justicia ha dado este año un acelerón sin precedentes a la tramitación de expedientes de nacionalidad española: más de 90.000 resoluciones en los tres primeros meses de 2023. Suma eso a las voluminosas concesiones de los años sanchistas: 2021 (187.482), 2019 (156.179) y 2022 (121.892). Por lo visto, ante la proximidad de las elecciones, la nacionalidad está en rebajas; nos la quitan de las manos, señora.
Dudar de la limpieza electoral es una senda peligrosa, salvo cuando ya no quede más remedio y seamos Venezuela. Desde luego, por no querer remover aguas incómodas, nos han quedado graves interrogantes electorales en la historia reciente de España. Pero lo cierto es que al menos lo ocurrido en Melilla y Mojácar no admite dudas, y la sospecha sobre si la lacra de la corrupción electoral estará más extendida de lo que sabemos no es alimentar bulos, sino algo muy razonable. Como tampoco es opinable el hecho de las nacionalizaciones masivas que está brindando Sánchez en pleno año electoral, en una operación monclovita que, llámame perspicaz, no parece destinada a engrosar las papeletas de Vox en las urnas.