«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

La máquina de picar euros

30 de marzo de 2023

La campaña de la prima de Obélix que viola y humilla a un tirillas anoréxico te la comes intercalada entre tuits, en el comienzo de videos de recetas de cocina, en la retransmisión de una audiencia del Papa, entre dos ritmos machacones en Spotify, en medio de un partido, en la plana mayor de un veterano rotativo conservador y, si remueves un poco, bajo las lascas de merluza en la sopa de pescado de ayer. La puedes bloquear, denunciar, quemar en la chimenea. Da igual, reaparece, se pega como la canción del verano: la de dinero tuyo y mío que han metido ahí solo por el placer de molestarte, y de recordarles a las niñas de seis años que escuchan Spotify que lo pueden hacer con la regla, que es una información sanísima para esa edad, y otras lindezas de las obras completas de poesía gótica de la Montero. A fin de cuentas, Sánchez anunció hace poco el mayor contrato para la compra de espacios para publicidad institucional de la historia: 400 millones; en 2023, 193 campañas. ¿Te agobia la persecución institucional con ideas y mensajes repugnantes o, en el mejor de los casos, ajenos? Eso no es nada. Hay mucho más. Es la punta –con ene– del iceberg. 

Las marquesinas de mal gusto que te llaman maltratador en mil idiomas, si recorres la España autonómica, con alegría; la burla socarrona al idiota que despilfarra agua, pecado mortal posmoderno; el escarnio al fumador que sueña con delinquir, esto es, echarse un cigarrito en la playa frente al mar; el dedo acusador al ancianito que no encesta adecuadamente la bolsa en el color del contenedor adecuado; los gritos desgarrados de una mujer ante los insultos de energúmeno, y los golpes diseñados por ordenador para impresionar más, en cualquier emisora, a menudo a la hora de ir con los niños al colegio, patrocina una concejalía local, un chiringuito regional, o el ministerio del coño de la Bernarda; el cartel con una lengua abusadora que cobra vida, el español, y otra que se defiende con orgullo ante una afrenta histórica, cualquier dialecto cojonero con ínfulas de historia gloriosa de la literatura; los sesos de un padre de familia imprudente, depositados en la carretera –siempre es un tipo, claro–, y el osito de peluche de la pequeña, que no corras, que o te matas o te crujimos, la DGT; aquel enfermizo «saltarse la cuarentena = intubar a tu mejor amigo»; la huelga de juguetes, sexistas y cabrones ya desde niños, el dedazo acusador, con su Papa Noel muy enfadado, manipulando muy fuerte, en la puerta de la guardería cualquier Navidad, el tinglado de Garzón; la mujer trabajadora, con la retaguardia del bullarengue al aire, parcialmente cubierto de margaritas, en un ayuntamiento balear; que si el verano también es nuestro, la Montero, cinco hembras –la peligrosamente obesa, la anciana, la mulata ancha, la del pelo rosa, que también pondría en guardia a un cardiólogo, la Photoshop con el milagro de la pierna rediviva–, cinco engaños; las perversiones sexuales de Sanidad, siempre por una causa justa (inserte aquí su escepticismo), «es normal que te entren ganas de hacerlo en la cama de tus padres», que si las infecciones y tal; el «yo no soy racista, pero», contra la libertad de contratar a quien te salga de las pelotas con tu dinero de empresario; las antipiratería, un clásico de la ineficacia, por más violentas que sean; la del Ministerio de Derechos Sociales llamando explotadores a los empresarios freseros, qué sutil; los “hombres blandengues” de las del pijama-party en Nueva York; las cien campañas locales, autonómicas, globales y universales contra el abandono de mascotas, inquietante interés; las del fuego –un clásico desde Fraga–, tan útiles contra los incendios como las de Garzón contra la carne; las del «me quitaba el móvil», «no te dejes», siempre el macho hijoputa, que nunca ha habido hembra haciendo tal cosa como mirarle el teléfono al chaval; las del Bono Cultural Joven, ¡viva la fiesta, paga Sánchez!; recicla, recicla, recicla y seréis como dioses; «utiliza transporte público», no seas cabrón egoísta; no olvidamos tampoco aquel infame vómito pepero cordobés, caligrafía infantil en la marquesina: «de mayor NO quiero ser como mi papá»; «esto no es un hasta pronto, es un hasta nunca», el enemigo de Navarra es el plástico, y el español; «para el ciberacoso zure esku», como si fuera poco acoso el euskera; las zonas de «baixes emissions», las multazas, la de carriles bici que vamos a construir crujiendo a esos gilipollas; la cartelería preelectoral de Torra, que si España les roba y toda la pesca; «tu, com ho fas?», la diversidad sexual étnica de la Colau, y la cacharrería moral catalana; aquellos efluvios fantasmagóricos que venían de la muerte, que no falte la foto de un nicho, a recordarte tu destino si sales a pasear sin mascarilla; el pastizal del Orgullo de no sé exactamente qué, chiringuito entre los chiringuitos, en diez idiomas, doce meses al año, haya fiesta turística o no, que el que conciencia último manipula dos veces; la «España feminista y diversa» del «todas, todos, todes», de Igualdad contra Arturo Pérez-Reverte, supongo; el orgullosos de ser de Alcaronoque del Ciruelo, genéticamente diferentes, «defiende lo tuyo» y toda la gaita; o cómo olvidarlo, la madre de toda esta sinvergonzonería y de todo este despilfarro, las mil variantes de aquel envoltorio de la vergüenza «salimos más fuertes».

Que nuestros impuestos van a Sanidad, dicen. Que somos libres, dicen.

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