Si el poder no fuera uno sino varios, vigilantes el uno del otro, y todos procedieran del pueblo, ¿no sería una revolución?
¿Y si el llamado cuarto poder, el dedicado a controlar a los demás, dejara de estar en manos de un reducido grupo de directores y pasara al pueblo? ¿No sería eso otra revolución nunca antes vista?
El populismo de Trump, para terminar de ser, necesitaba liberar la opinión, popularizar y democratizar el periodismo, que pasara de una oligarquía (las fake news) a una gestión más bien democrática que toma la forma de «notas de la comunidad». Con ellas, al fact check privilegiado por la concesión oficial de la Verdad se le opone una verificación popular, abierta, ciudadana.
El X de Musk vence así al discurso de la Posverdad con sus propias armas: la verificación.
El populismo consiste en un fusionismo sofisticado y contiene trazas de libertarismo. Esto es muy importante.
La voz acumulada del pueblo alcanza una forma de validación gracias a la tecnología. Se produce un momento libertario (libertarismo de la expresión), si se quiere, un instante revolucionario en el que la revolución es tecnológica y democratizante.
Es el «periodismo ciudadano» de Musk: por el pueblo, para el pueblo; por la gente, para la gente porque, como dice Peter Thiel, no se puede desinventar Internet.
El Cuarto Poder estaba en manos de una oligarquía que para mejor disfrazarse de Verdad había decidido ponerse de acuerdo (editorial único). Este poder oligárquico se desacredita, se fragmenta ahora y se libera popularmente a través del nuevo Twitter. Es normal que quienes escriben, dictan o respiran según ese editorial único abominen del X de Musk.
El populismo necesitaba un nuevo cauce, otra vía de expresión porque su incompatibilidad con los medios tradicionales es total. Estos se ven desbordados por una corriente popular (democrática) que demanda otras formas, otros medios.
La revolución de X es una epopeya colosal con dos actores. El primero es Trump, que como un titán concentró frente a sí a todos los medios tradicionales. Cuando estaban luchando contra él, cartelizados, hechos Uno, llega Musk y libera la plataforma alternativa. ¡Trump fue el genial aglutinador de posverdad, su revelador!
El estatuto de Verdad era un oligopolio industrial que Trump desnudó y ahora Elon Musk amenaza con la más grande empresa de los últimos tiempos. Antes que llegar a Marte, crear un mercado de la Opinión donde se elabore una verdad según una forma de validación alternativa. No por las élites y los entramados empresariales, sino mediante un proceso tecnopopular.
Por eso habla de un «periodismo del pueblo» o «periodismo ciudadano». Más allá de su evidente interés personal, del potencial peligro implícito y huyendo de romanticismos, esto tiene un gran calado. La prensa era el Cuarto Poder y nunca se pensó que ella misma pudiera ser sometida a una revolución: que naciera desde abajo, que fuera de abajo hacia arriba, que se hiciera verdad, que el pueblo la dictara realizando por fin el vox populi, vox Dei.
El gran triunfo de Trump vino posibilitado por las formas populares de producción y validación de la información, esto es, de la Verdad. Es el salto de 2020 a 2024.
El dominio de las energías morales, discursivas e intelectuales de la gente es más importante que el control del petróleo, de los recursos naturales, de los metales raros.
La liberación del discurso público es el inicio de algo. Es el comienzo de la posible explotación de una fuente de energía inigualable.
La liberación de espacios donde puede aflorar una verdad alternativa es crucial. No se trata de hacer surgir otras voces, sino de que esas voces tengan validez. Que valgan lo mismo o incluso más. ¿Y qué tiene ahora mismo más valor, una nota de la comunidad de X o lo que salga del sanedrín cómico de El País?
La emisión de certificados, de credenciales o acreditaciones ha estado en manos de unos pocos grupos mediáticos. Esta oligarquía informativa se ve amenazada por la democratización del discurso. Pero son dos cosas: 1) el discurso se hace posible, se libera, se le deja existir, se le deja participar (free speech) y 2) ese discurso compite con el otro por una credencial que tiene más valor que la de fuera (notas de la comunidad de X).
Esto ha de transformarse aun en prestigio. En el inmaterial y legitimador prestigio. Hay que derribar, después de haber vencido a los medios tradicionales, las fuentes de producción de prestigio. Los manantiales sutilmente controlados de lo cool.
En los medios tradicionales no son más listos, ni tienen más escrúpulos, ni dicen la verdad. Son, como vemos todos los días, mediocres, inmorales y profundamente torpes. Pero aun tienen el sello validador, aunque ese sello empieza a no conferir valor alguno. Ya no acredita gran cosa salvo corrupción. Por eso es normal que luchen con todas sus fuerzas por desacreditar el nuevo mercado y lo que de allí salga. Todavía consiguen convencer a mucha gente llamándolo «desinformación», pero estarán perdidos, y lo saben, cuando sea valorado como una verdad no solo homologable sino más preciada. No estamos tan lejos, de hecho, hemos llegado a un punto en el que algo producido en X tiene más filtros de validez que lo emitido por el diario The Guardian o La Vanguardia, por poner ejemplos de diarios que se han retirado de la red social.
Se retiran porque lo que ellos producen sencillamente ya no puede competir. Es una verdad degradada.
En España, esta revolución informativa tiene un dificultad añadida. Donde no ha habido revolución alguna y absolutamente todo parte desde arriba (y desde el Estado), una información con origen popular es algo aun más inadmisible. Pero diariamente vemos que Twitter nos libera de las mentiras oficiales y que entre todos, o al menos entre muchos, se va construyendo una cosa alternativa, algo valioso que ha de ser la materia prima de otra forma de vida política.
Con ese material o sustancia o metal áureo acuñado en X se puede realizar un nuevo discurso político.
Lo gracioso es ver que los sacacuartos y chupabonus del negocio de la prensa, que se han forrado buscando el Nuevo Nuevo Nuevo Periodismo (la eterna ballena blanca,) cuando lo tuvieron delante solo pudieron pedir las sales al grito de ¡desinformación! ¡desinformación!