«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

La singularidad española

1 de diciembre de 2023

Apliquemos a la situación la óptica del entomólogo. Situémonos a la distancia necesaria para describir en términos precisos el acelerado proceso de descomposición en que nos encontramos. Pero ampliemos el campo de visión. Evitemos el error de considerar que la gravedad del momento es fruto de la azarosa concurrencia de una serie de factores aislados.

La singularidad del caso español consiste en lo siguiente: una sociedad crecientemente empobrecida; unos niveles de desempleo escandalosos; un sector agropecuario maltratado; un tejido industrial con serias dificultades para competir en un mundo ultratecnológico; un sistema educativo deficiente; una deuda pública impagable, tan desmesuradamente elevada que nos convierte en rehenes económicos de nuestros acreedores; una política internacional en la que ejercemos de comparsas y que suele mostrarse más atenta a los intereses de nuestro principal adversario estratrégico que a los propios de la nación; una inmigración sin control aparente y cuyos flujos más relevantes dependen —también— del antojo de nuestro principal adversario estratégico; unos índices demográficos suicidas; una política de fomento de la natalidad y de apoyo a las familias inexistente; una política que busque nuestra soberanía energética asimismo inexistente; un sistema de pensiones insostenible en el medio plazo; una sanidad pública cada vez más saturada, cabe temer que al borde del colapso; una clase media esquilmada por la asfixia impositiva de un Estado Minotauro; unos jóvenes que padecen unas condiciones de trabajo (cuando lo tienen) tan inestables y deficientemente remuneradas que a la mayoría de ellos hacer planes de futuro se les antoja un lujo inalcanzable; un sector creciente de la población abocado a depender de subsidios estatales; unos medios de comunicación demasiado habituados a situarse en sintonía con el poder de turno y unas cadenas de televisión que han contribuido a la degeneración colectiva y al entontecimiento y anestesiado de las conciencias mediante la lucrativa difusión de productos de una calidad deplorable; un sector cultural en buena medida intervenido por el poder, sufragado con los impuestos de todos, pero al servicio de una supuesta cosmovisión ideológica de “progreso” que sirve para decretar la exclusión del espacio social de todos los que discrepan del relato dominante; un mandarinato de intelectuales orgánicos que han aprendido a callar cuando les conviene y a hablar cuando se les ordena que lo hagan; unos sindicatos cuya función primordial es hacer creer a los trabajadores que alguien los defiende; una sociedad que durante años ha sido sometida a un intensísimo proceso de vaciado cultural cuyos resultados más visibles son la pérdida de autoestima como país, la desmoralización colectiva y la consecuente caída en una especie de anomia espiritual, a medio camino entre el estupor y la indiferencia, que incapacita para desencadenar una respuesta social a gran escala; una sociedad fracturada por culpa de la labor de zapa que han acometido los grandes propagadores del odio y la mentira ideológica; una sociedad que, como resultado de la incesante erosión del marco de pertenencia común, se muestra cada vez más atomizada, desentendida de vínculos solidarios e iniciativas de apoyo mutuo, reducida, en suma, a un agregado de partículas ensimismadas y agrias, cada una pendiente de su propio desempeño; un régimen autonómico que supone un coste inasumible para una economía maltrecha y cuya función descentralizadora se ha pervertido al transformarse en una maquinaria al servicio de intereses particulares; un régimen autónomico que, en casos tan concretos como decisivos, ha servido como fuerza desintegradora en manos de oligarquías secesionistas ávidas de perpetuarse en el poder; un régimen autonómico que consagra la desigualdad efectiva entre ciudadanos de un sola nación; una democracia que desconoce lo que es la separación de poderes en origen y que, por tanto, deja todos los caminos abiertos a la acción usurpadora de cualquier déspota sobrevenido; una clase dirigente trufada de mediocridades fatuas, de pícaros incompetentes envenenados de sectarismo; una casta de políticos a los que no siempre concierne el cumplimiento de las leyes que rigen para el resto de los mortales; un gobierno activamente comprometido en la tarea de debilitar a la sociedad, enfrentar a los ciudadanos y demoler la nación.

Es cierto que algunos de estos factores, en la medida en que resultan consustanciales al ocaso de una época, son compartidos por otros países aquejados de patologías similares a la nuestra. Pero lo que hace de España un caso específico en el contexto de las naciones desarrolladas es la convergencia de todos ellos en una escala de gravedad que no hace sino intensificarse. Y no sólo eso. Queda el dato insólito, la constatación empírica del hecho excepcional: hay en amplios sectores de la sociedad española una propensión asombrosa a premiar en las urnas a quienes nos conducen por una pendiente de descenso, gradual pero inexorable, al cabo de la cual se desemboca en un páramo atravesado por la sombra ominosa de Caín. Ahí es donde nos encontramos, con una parte muy sustanciosa del aparato mediático y cultural jaleando día tras día nuestra peripecia.

Pero para intentar dilucidar el cenagoso trasfondo de semejante anomalía sería necesario empezar a pensar en otro artículo.   

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