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Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid
Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

Las fronteras unen

15 de junio de 2022

La decadencia de una religión implica la decadencia de la cultura que le corresponde, decía Hilaire Belloc. Es así y no a la inversa como muchos tienden a pensarlo. La decadencia del cristianismo en Europa ha llevado Europa a convertirse en la sociedad multicultural que tenemos ante los ojos. Quien dice multicultural afirma, sin decirlo, multiconflictual, tal como lo venimos viviendo desde hace años a esta parte. 

Hay un hecho nuevo en Europa. No falta día que no traiga su lote de atentado, de intento de atentado, o que se entierre, la mayor cantidad de veces en silencio y lejos del fragor mediático, a alguna pobre víctima de algún desequilibrado de Allah. 

La vieja Europa ha bajado la guardia y se ha convertido en un valle de lágrimas cotidiano. Sobran ejemplos como sobran menas, pateras y clandestinos. 

Hace algunos años la dirección nacional de migraciones en la Argentina daba la bienvenida a los extranjeros en el aeropuerto internacional de Ezeiza, en Buenos Aires, con un cartel en el cual podía leerse “Las fronteras unen”

Es una manía de los falsos profetas de la globalización y del multiculturalismo insistir en que las fronteras dividen. 

Si el Estado renuncia a la potestad que es la suya de cuidar su territorio, tarde o temprano éste será invadido

Los pasos fronterizos de un país lo unen con el extranjero. Son los canales necesarios por los cuales los intercambios pueden hacerse sin poner en riesgo ni la soberanía, ni la seguridad, ni la identidad de cada país. 

La ausencia de fronteras no ensancha un país. Al contrario, lo reduce. Ocurre que si el Estado renuncia a la potestad que es la suya de cuidar su territorio, tarde o temprano éste será invadido por enemigos que codiciarán sus riquezas. La historia nos lo recuerda con innumerables ejemplos. 

Si el Estado abdica de su función de proteger a sus nacionales ocurre lo que pasa actualmente: las fronteras ya no están en los limites territoriales sino que cada habitante debe crear, armar y proteger sus bienes en la frontera de los límites de su casa. Nuestras libertades, nuestra seguridad y la calidad de nuestras vidas se han restringido.

En tales condiciones, un país se fragmenta y tiene tantas fronteras como habitantes. Salvo que ya no se protege un bien común. Cada cual debe ingeniárselas para proteger sus propios bienes. 

Luego de la batalla campal de la final de la Champions Ligue de la UEFA en Saint-Denis, ciudad donde otrora se enterraba a los reyes de Francia, el Gobierno francés eligió crear un incidente diplomático con Inglaterra acusando los ingleses de todos los males y ocultando las violencias cometidas por migrantes y clandestinos. Hay un mensaje implícito fuerte: Francia prefiere crear un conflicto con una potencia nuclear extranjera que con los habitantes de sus propios suburbios

Que yo sepa, ninguno de los profetas del multiculturalismo vive en barrios periféricos, ni recibe a los inmigrantes en su casa

Con este ejemplo queda en claro que la progresía que dirige los destinos europeos reconoce que es más evidente y menos peligroso manejar una crisis con un Estado extranjero, delimitado por fronteras físicas, que con extranjeros clandestinos diseminados en todo el territorio nacional. 

La vida social de un país, no es otra cosa que la réplica, a mayor escala, de la vida social de una familia. A nadie le gustaría que los vecinos se salten la pared medianera para instalarse, sin ser invitados, en el patio trasero de su casa. Menos aún si esos vecinos no practican las mismas costumbres e intentan domesticar las nuestras, como ocurrió recientemente en Londres donde manifestantes islamistas forzaron a retirar de cartelera una película sobre la hija del profeta Mahoma. 

Lo que es válido para una familia, también lo es para una Nación. Que yo sepa, ninguno de los profetas del multiculturalismo vive en barrios periféricos, ni recibe a los inmigrantes en su casa. Su discurso se resume a: —Acogedlos, pero ustedes. —Toleradlos, vosotros. —Pagadles, ustedes con vuestros impuestos. Como si ya no fuera suficiente mantener a costa de esfuerzos y sacrificios a toda una casta política improductiva que, además, nos conduce hacia un suicidio colectivo dejando entrar cuanto migrante aparece por las costas. 

El mito globalista de los beneficios de la ausencia de fronteras es insostenible.

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