«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Periodista venezolano (Universidad Central de Venezuela) y Magíster en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar). Actualmente hace su tesis doctoral en Ciencia Política y conduce el espacio radial "Y Así Nos Va", por Radio Caracas Radio.
Periodista venezolano (Universidad Central de Venezuela) y Magíster en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar). Actualmente hace su tesis doctoral en Ciencia Política y conduce el espacio radial "Y Así Nos Va", por Radio Caracas Radio.

Solo la muerte los separa del poder

26 de mayo de 2021

El fin de semana pasado se conoció que súbitamente había fallecido el Gobernador chavista del Estado La Guaira (Centro-Norte), el General José Luis García Carneiro. Estaba al frente de esa entidad territorial desde 2008, y fue reelecto en varias oportunidades hasta su muerte, tratándose de uno de los mandatarios regionales del régimen que más tiempo tenía al frente de una Gobernación.

García Carneiro era un ejemplo perfecto de ese grupo de militares que se mimetizó con el poder de la revolución desde muy temprano y le permitió a Chávez hacer con Venezuela literalmente lo que le diese la gana. No en vano llegó a ser Jefe del Ejército e incluso Ministro de la Defensa durante el gobierno del propio Chávez.

Este hombre, que llegó incluso a ostentar el grado de General en Jefe de la República (sin haber propinado un solo disparo en ninguna guerra), es una fiel representación de un grupo de militares que, de la mano del régimen, fueron colonizando cada vez más espacios dentro de la administración pública, al punto de que en un determinado momento lograron ser franca mayoría frente a los civiles chavistas que ocupaban las gobernaciones de Estado.

El contexto de esta tragedia en Venezuela lo aportan unas Fuerzas Armadas pervertidas hasta el tuétano y que además consiguieron múltiples incentivos para respaldar al “proceso” revolucionario, en tanto éste les garantizaba una vía libre para enriquecerse de forma corrupta y acceder a cada vez más cuotas de poder de decisión dentro del régimen.

Chávez sabía que en algún momento su revolución iba a dejar de ser “popular”; que llegarían las crisis y con ello el descontento de la gente que en un primer momento lo apoyó. ¿La solución que consiguió para vacunarse contra este problema? Dotar progresivamente con más y más poder a los militares. Los hombres de uniforme se convirtieron así en el verdadero partido político del líder revolucionario.

Sacar al chavismo del poder siempre va a ser complicado por una razón básica: si pierden las elecciones simplemente pueden desconocer el resultado –como ya lo hicieron en 2015– y prevalerse, entre otras cosas, del escudo militar con el que cuentan.

Se trata de matemática sencilla: la oposición al régimen puede ser mayoría, pero eso solo importa en las democracias. En la Venezuela que configuró Chávez no existe la  democracia, lo que sí existe es un grupo de militares que están armados mientras el común de los opositores no lo están. Se trata de una pugna asimétrica, en la que un bando –siendo minoría– puede dominar perfectamente a su contraparte al contar con una ventaja competitiva básica frente a ella.

La muerte de García Carneiro confirma además la poca voluntad que generalmente tienen los jefes chavistas para dejar el poder una vez que se enquistan en él. Hablamos de un sujeto que tenía 13 años al frente de una Gobernación que no tenía planes inmediatos de ceder. Aunque el hijo de Nicolás Maduro parecía aspirar a suceder al General en este cargo, García Carneiro había dejado en claro el hecho de que a finales de este año se presentaría nuevamente como candidato del Partido Socialista Unido de Venezuela a la reelección, en medio del proceso electoral amañado que desde ya prepara el régimen mediante el Consejo Nacional Electoral (CNE).  

Al igual que Hugo Chávez solo dejó la Presidencia de la República cuando llegó al final de sus días, el otrora Gobernador de La Guaira solo dejó el cargo una vez que le sobrevino la muerte. Generalmente las tiranías están repletas de episodios en los que los gobernantes nunca asumen que son mortales, y por ende nunca preparan el relevo.

En el caso de García Carneiro el cargo evidentemente representaba un modus vivendi: la compuerta que daba acceso a un mundo de corruptelas en una región del país que cuenta con un puerto marítimo por el que entran buena parte de los productos que consume una Venezuela que, en medio de la quiebra del aparato productivo nacional, vive casi exclusivamente de las importaciones. No en vano en 2019 el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos había incluido al General en su lista de sancionados, debido a su presunta incursión en hechos de corrupción. 

Las denuncias por malos manejos de dinero público habían salpicado a este jefe chavista incluso desde antes de llegar a la Gobernación. En 2006, por ejemplo, había sido investigado por el Ministerio Público venezolano por hechos de corrupción. En tiempos más recientes se le había señalado una y otra vez por incurrir en estos hechos al momento de realizar obras públicas en La Guaira. En 2017 el para entonces desconocido Diputado opositor Juan Guaidó, señaló un desfalco de unos 18 millones de Euros en la construcción de un estadio de béisbol en la región. El estadio, por cierto, lleva varios años construyéndose y al día de hoy todavía no ha sido terminado.

García Carneiro nunca fue removido, nunca fue interpelado. Se convirtió en un poder dentro del poder chavista. Así como tantos otros gobernadores de Estado revolucionarios que han transformado a distintas regiones de Venezuela en verdaderos feudos, dependientes de la torcida voluntad de estos sujetos. La explicación es sencilla: son las concesiones que ha hecho el aparato de dominación chavista a quienes le son leales, y más si se trata de militares.

Los espacios de poder dentro del chavismo no se asignan en función de que alguien sea competente desarrollando políticas públicas o gestionando paradigmas de gobernanza democrática. No. Fungen más bien como premios para quienes sirven adecuadamente a los intereses de la maquinaria central. Además de ser los pedazos del pastel que pueden repartirse en medio de una operación de equilibrio político que pretende alimentar a las distintas facciones criminales que hacen vida dentro del régimen.

Casos como el del Gobernador García Carneiro siempre estarán allí para recordarnos que al chavismo solo la muerte logrará separarlo del poder. Así piensan y así actúan. Creen que han nacido para gobernar territorios per saecula saeculorum, apelando a un criterio de legitimidad que, en última instancia, solo remite al hecho de que tienen la fuerza bruta para hacerlo. Sin embargo, la muerte siempre aparece para ponerles en cuenta de que al igual que el resto, son de carne hueso. Al final del día, al igual que lo era Chávez, son mortales.

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