«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Libertad, no escribo tu nombre

22 de marzo de 2021

Perdonen que empiece con un exabrupto: estoy hasta los mismísimos del uso y abuso que se está haciendo a costa de una palabra tan indefensa, tan manida y tan de todo a cien como lo es la que hoy comparece en el título de mi columna. Por favor: ruego y aconsejo a todos sus lectores, si los hay, que hasta el próximo día 3 de mayo, por lo menos, jornada de reflexión que precederá al zafarrancho de combate de la madre de todas las batallas, no vuelvan a pronunciar esa palabra. Mejor aún será que salgan corriendo al oírla, y doy por seguro que la oirán a troche y moche, porque los flatus vocis (literalmente ‘explosión de voz’ o, en sentido figurado, ‘palabra sin contenido’) sólo sirven para aturdir a quien los escucha y dejar en ridículo a quien los utiliza. 

Me hierve la sangre recién duchada al escuchar las expresiones flatulentas, precocinadas y envasadas al vacío

La verdad es que mi exabrupto obedece a la cólera que suscitan en mí las muletillas verbales a las que con testarudez digna del baturro del chiste ferroviario recurren los maestros ciruelos de las tertulias radiofónicas o televisivas. De las segundas poco sé, porque tengo la saludable costumbre de no ver nunca la tele, excepto algún que otro telediario, y aun eso de refilón y entre cabezadas, pero por las mañanas, prontito, mientras me aseo, cepillo el pelo de mis gatos, distribuyo en montones las cuarenta pastillas de mi elixir de guerrillero y engraso mi fusil de francotirador periodístico, suelo escuchar la radio y me hierve la sangre recién duchada al escuchar las expresiones flatulentas, precocinadas y envasadas al vacío  que salen de las bocas de los tertuliasnos sin pasar por sus seseras de bípedos implumes. Malo es que en Cataluña, en las Baleares o en Galicia acordonen y acogoten la única lengua común que existe en todo el ámbito de la Iberoesfera, pero peor aún es que acuchillen la precisión semántica del castellano quienes supuestamente se sirven de él.

Fue morir el Caudillo, que también, por cierto, hablaba de libertad en sus discursos, y todos sus herederos empezaron a invocarla

Ya saben: cosas como perimetrar, nueva normalidad, zona de confort, día a día, sí es sí, es lo que toca, que se lo haga mirar, no, lo siguiente, ahí lo dejo… ¡Uf! El que lo deja aquí soy yo, porque me pongo enfermo. Y enfermo, de ahí mi exabrupto, me puse esta mañana al oír mientras me duchaba que un tertuliano decía: 

‒Pienso sinceramente que…

«¡Pero coño!», con perdón, me dije… «¿Y cómo diablos se podrá pensar con hipocresía, que es el único antónimo de la sinceridad?». Equivocándose, a bulto, de momento, por ahora, en principio, sí… ¿Pero mintiendo? Ya dijo el Gallo que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible hasta que el gobierno de los embustes nos demuestre lo contrario.

 Lo de sinceramente, por lo demás, es estribillo superfluo con el que la práctica totalidad de los opinadores apuntalan una y otra vez lo que creen. Y los políticos, no digamos. Excusatio non petita… Cuando alguno de ellos utiliza ese comodín ya sé que la nariz le está creciendo.

Harto ya de esa palabra, no volveré a escribirla hasta el 5 de mayo, si es que ondea en la Puerta del Sol

Pero a lo que iba… Fue morir el Caudillo, que también, por cierto, hablaba de libertad en sus discursos, y todos sus herederos empezaron a invocarla. Yo no recuerdo un solo político, de derechas ni de izquierdas, o de ese res nullius y terra incognita que es el centro, que no la haya convertido en banderín de enganche y anzuelo de inocentes. Lo hacía incluso Santiago Carrillo con el mismo desparpajo ‒llámenlo cinismo o desfachatez‒ con el que ahora lo hacen gentes de tan impecable trayectoria liberticida como Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Errejón. Pongamos que hablo sólo de Madrid. Excluyo, naturalmente, a Isabel Díaz Ayuso y a Rocío Monasterio, y no por simpatía, aunque a las dos se la tenga, ni menos aún por sectarismo, pues yo carezco de correligionarios, sino porque en sus labios la palabra libertad no sabe ni huele ni suena a falsía. Aun así, cuanto menos la pronuncien, mejor, eslóganes aparte, porque ya nadie se la cree.

Fue un poeta comunista, Paul Eluard, al que Salvador Dalí arrebató la esposa sin necesidad de pasarla por las armas, quien ideó aquel verso digno de una influencer: «Liberté, j’écris ton nom!»

Pues bien… Yo, harto ya de esa palabra, no volveré a escribirla hasta el 5 de mayo, si es que ondea en la Puerta del Sol

Y si no, también. 

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