Uno de los mantras más repetidos es que, sin Europa, estaríamos mucho peor. Europa como paradigma de libertades, Europa como paradigma de prosperidad, Europa como paradigma frente a los totalitarismos. Eso fue cuajando en, al menos, tres generaciones —incluida la mía— hasta el punto de convertirse en lo peor que puede pasarle a una idea, a saber, devenir en pensamiento mágico. Los fundadores de la CEE eran sólidos humanistas y, con las heridas recientes de la II Guerra mundial, intentaron poner un dique a la historia. Pero al río de los acontecimientos no hay presa que se le resista y ahora tenemos un Viejo Continente que es más viejo que nunca por tasa de natalidad, solo compensada por los que vienen de fuera y, por lo general, no son gentes que tengan en alta estima ni los valores europeos ni nuestras raíces.
Los españoles no podemos afirmar que nuestra integración en ese mejunje europeo burocrático con bastantes tintes autoritarios nos haya beneficiado
Europa se ha convertido, quizá siempre lo fue así y no lo supimos ver, en un zoco de mercaderes que malvenden personas y bienes con tal de asegurarse su propia supervivencia. Los españoles no podemos afirmar que nuestra integración en ese mejunje europeo burocrático con bastantes tintes autoritarios nos haya beneficiado. Nos quitaron nuestra siderurgia, nuestra pesca, nuestras minas, nuestra cabaña, nuestra huerta, nuestras fuentes propias energéticas, incluso nuestra moneda secular. Eso, por no hablar de nuestra defensa territorial, algo más complejo en el que también intervienen los norteamericanos que no conocen ni a su padre cuando de defender sus intereses se trata. Todo sea por Europa, nos decían, y nosotros tragamos porque no hay nada peor que la candidez rayana en lo estúpido que siente un pobre ante un rico fanfarrón y avaro. ¡Ya somos europeos, decíamos! Que no era más que una versión moderna del viejo “¡Vivan las cadenas!”. Ahora, quienes pretendían darnos lecciones, aquellos belgas, franceses o alemanes, espejo de seriedad y buen funcionamiento —Josep Pla decía a propósito del pueblo de Goethe que eso de su proverbial eficacia era un camelo, una collonada, porque habían provocado dos guerras mundiales y las dos las habían perdido— están pescando a bragas enjutas un poco de gas donde sea. Francia e Italia ya se han entendido con Argelia, nuestro tradicional proveedor, que por culpa del mal gobierno sanchista nos ha dejado sin el suministro habitual. A Francia le debe parecer de perlas, porque la energía eléctrica se la compramos a ellos, que la producen con su buen parque de centrales nucleares mientras que aquí nos las cargamos, además de las térmicas y ahora incluso los pantanos. Todo porque Rusia ha decidido cerrar el grifo del gas y a España ya le pueden dar tortas con pan pintado, porque esto es un sálvese quien pueda y los españoles no son nadie.
Si Europa era esto, más nos hubiera valido seguir con la idea que tuvo Adolfo Suarez, y que yanquis y plutócratas europeos no le permitieron llevar a cabo: montar un Mercado Común con Hispanoamérica. Peor que esto no sería, no les quepa la duda.