Su estética empezó a inquietarme mucho antes que su ética. Una madre de familia, con un empleo exigente, cuyo rostro jamás revela el menor signo de cansancio físico a las ocho de la mañana, o no es humana, o no es de fiar”. Es el argumento –por llamarlo de alguna forma– de mi progresista tocaya, Almudena Grandes, contra la juez Mercedes Alaya, instructora del caso de los ERE de Andalucía que tiene contra las cuerdas al PSOE del lugar. Un infantil argumento que nada tiene que ver con la sana crítica jurídica. Un argumento postmachista, que dirían los de Prisa, que es el grupo mediático en el que Grandes suele perpetrar sus extrañas columnas.
De “sectaria y antifranquista sobrevenida” la tildó con toda la razón en su día el socialista y ex presidente de la Comunidad de Madrid Joaquín Leguina. La escritora, quien por supuesto también es ferozmente anticlerical y así lo manifiesta con o sin ocasión, es de las que están en lucha permanente “contra el fascismo”, que detecta en cualquier persona que no piense como ella. Con razón decía la italiana Oriana Fallaci que no hay nada más fascista que un antifascista… Grandes dejó bien claro tiempo atrás su concepto de democracia cuando escribió aquello de que “fusilaría cada mañana” a “dos o tres voces” disidentes.
No sorprende en absoluto el silencio estruendoso ante la andanada machista entre las filas del feminismo oficial, que es el socialista. Entre la tirria que le tienen a la juez Alaya y que ya se sabe que machistas sólo pueden serlo los de derechas, aunque luego la realidad se pase el día desmintiendo el dogma y los haya a ambos lados del espectro ideológico, no se han dado por aludidas. Ni por aludidos. Ya les digo, ni una tibia crítica. Almudena Grandes es de izquierdas y por tanto virginal. Con perdón.
Según la ganadora del premio Sonrisa Vertical de novela erótica, las mujeres que se cuidan y osan salir a la calle maquilladas, peinadas y con tacones –¡anatema!¡a la hoguera!–, ni les cuento si ponen el pie en la acera a primera hora de la mañana sin mostrar signos externos de cansancio, en lugar de pertenecer a “esas madres con ojeras que salen de casa sin haber tenido tiempo para peinarse, y se pintan de mala manera en la parada del autobús” no son de fiar. Malas madres que van a pasar el rato a la oficina.
Cualquier día de estos, se ve venir, acaba montando numeritos en un reality show veraniego. No sería el primer icono progre que lo hace. En el resentimiento neurasténico, en el complejo de Fourier, está la raíz última del antiliberalismo y la Grandes es ferozmente antiliberal. Y machista.