Así decía un tema de Siniestro Total en el 82. Yo por entonces solo escuchaba la canción de cuna de Brahms. La brecha generacional, supongo. Los esqueletos no tienen pilila, lejos de proclama fácil de litrona caliente, es profunda enseñanza de cierta belleza alegórica: morimos sin sexo; no me refiero al acto, que todavía quedan héroes, sino a la condición orgánica. Su función termina con la carne. Sin sexo, sin distinción, sin nada. Morimos como al día siguiente de pagar impuestos.
De modo que la dignidad no está en la entrepierna. Ha de estar en el espíritu. En la herencia cristiana de la civilización occidental (se ruega una oración por su alma), la nuestra, la dignidad reposa en la condición de ser todos hijos de Dios.
Las diferencias entre hombre y mujer existen, perogrulleo por si me lee alguien en el Consejo de Ministros, y son pragmáticas, tienen una función, una razón adaptativa, una causalidad atractiva, un brillo divino para la supervivencia de la especie. La igualdad es imposible sin maquillaje y prótesis. Y en eso estamos. Y ni así. Somos y seremos felizmente diferentes. La naturaleza siempre termina revelándose contra la cosmética y la locura humana, como el mar suele recuperar los zarpazos de cemento que le propina el hombre, ocasionando tarde o temprano dramáticas catástrofes naturales.
La vieja guerra de sexos era aburridísima. Nos trajo todo lo malo y se llevó lo bueno. Como en la herencia envenenada de mayo del 68. La vieja guerra era zafia, grosera, burda, fea, es decir, típicamente masculina. Las gurús del igualitarismo sexual no quisieron equiparar a la mujer al hombre en lo virtuoso, sino en lo ponzoñoso. Y lo lograron, claro. Nada que celebrar ahí.
Sea como sea, su vanguardia huele ya a naftalina. A aquellas feministas de fin de siglo les tapan la boca ahora sus correligionarios con libros de la embaucadora Judith Butler. Los iluminados del feminismo posmoderno se cargaron tanto lo que un día hubo, dos dignidades iguales en dos sexos diferentes, como lo que más tarde impusieron las de las primeras pancartas abortistas, una igualdad ficticia cimentada solo en la envidia hacia los machos. ¿Envidia, de qué? No hay nada en el mundo más perfecto que la mujer, bien lo saben las que aún resisten a los vientos huracanados de la posmodernidad queer.
Al fin, todos están contentos porque nadie ha ganado, excepto los violadores que se cambian de sexo para pernoctar con hembras en el talego, y los nadadores que se hacen llamar féminas y arrebatan medallas aquí y allá a las tías, surcando las aguas de las piscinas con timón ilegal. Todos hemos perdido.
Pero la progresía no puede enmendarse. Cuando lo hace, se vuelve conservadora y desaparece del plano. A las devotas de la secta de la Butler, cuando se hacen cruces leyendo la prensa, dan ganas de decirles la verdad: tenéis lo que queríais. Así es en realidad vuestra victoria feminista: vuestro hombre no-masculino niega la naturaleza evolutiva, renuncia a su identidad, y se sitúa en una cómoda indefinición. Desconocéis todo. Desconocéis que la mayoría de las virtudes típicamente masculinas no eran condecoraciones, sino cargas. Le habéis dado permiso al varón para eludir sus responsabilidades. Le habéis dado al hombre la oportunidad de ser peor, de no hacer su trabajo: ya no es protector, ya no es cortés, ya no es romántico, ya no es dependiente, ya no es fuerte, ya no sabe amar, ya no sabe confiar en una mujer, ya no es paternal, ya no es seductor. Ya no tenéis hombres, tenéis un saco de mierda inservible, maleable, y prescindible.
Habéis confundido al hombre. Le habéis extirpado la masculinidad, el sentido de su condición, y habéis mentido cada día sobre él. Lo habéis despojado de virtudes, valores, y de los lazos con sus ancestros masculinos. Habéis confundido su identidad, lo habéis acorralado, acusado, acosado, herido, y humillado. Habéis matado todo lo que en él había de pureza, de nobleza, de amor propio, y de bondad. Ahí lo tenéis. Vuestro hombre. Un despojo de carne, inmadurez, complejos, y caprichos. ¿Qué esperabais a cambio? ¿A James Stewart?
Decís que habéis terminado con el patriarcado, que habéis conseguido acabar con el hombre. Y no es verdad. Levantad la vista, mirad alrededor. Tan solo habéis conseguido acabar con la mujer, y de paso con la belleza. Mis dieses. Ahora ya podéis comprarle sujetadores a Dylan Mulvaney.