Escandalito. Vivimos en un bucle de pasión por el escandalito. Los libros guarros que la Concejalía de Cultura –quédense con el chiste- del Ayuntamiento de Castellón ha donado a las bibliotecas de los institutos, para iniciar a los menores, desde los 12 años, en el sexo gay son, por supuesto, basura, pero basura con ese toque happy pretendidamente provocador que agota y hace sentir vergüenza ajena. No sé, salir del armario -¿hay expresión más casposa?-, prácticas sexuales con obispos, sexo con drogas, y cosas así, suena más bien a un remake posmoderno de cualquier bobada de autor canallita y heroinómano de los 70. Pero aquí hasta la ministra de Igualdad ha salido a defender los libros del autor que hace apología de que los “bienfollados” –por usar su lenguaje- tienen mejor carácter, y creo que es mejor no extraer conclusiones al respecto.
El libelo que más ha escandalizado a todos centra buena parte de su contenido en esa premisa del autor: “¿A que no conoces a nadie bien follado y con mala leche?”. Y es una falacia, que no un falo –aclaración para la concejala-. Conozco bienfollados (sic) tristísimos, rencorosos y que dedican su vida a destrozar la de los demás, y también sé de un montón de tipos célibes –al diccionario, concejala- que son paz y consuelo para el mundo que les rodea. Es más, conozco más de los segundos que de los primeros.
El único paraguas que puede defender a los menores de esta lluvia fina es una educación en el hogar profundamente crítica y subversiva
No voy a contribuir a los grititos ruborizados de los puritanos, reproduciendo las lindezas de esta riquísima biblioteca elegetenoséqué que ha donado el ayuntamiento para tratar de pervertir a los niños y escandalizar a los papás. Porque, a fin de cuentas, la hipersexualización a la fuerza de menores y el lenguaje porno en libros escolares no tienen demasiado recorrido. Es, créame, mucho peor la lluvia fina. Entre otras razones porque no sale en los periódicos ni la llevan al juzgado Abogados Cristianos, como en esta ocasión.
La lluvia fina –no es una nueva práctica sexual, concejala- está presente en todos los institutos, pero también en centros privados, también católicos. Basta acudir a la biblioteca del centro o perder tiempo en examinar los libros recomendados que los críos portan bajo el brazo. Allí no encontramos relatos de porno homosexual, tal vez, pero sí un montón de cuentos, con apariencia infantil, repletos de ideología progresista de fondo, destinada a cercenar la libertad de pensamiento de los menores en materias tan variadas como las relaciones, la igualdad, la dignidad humana, el capitalismo, la religión, o el ambientalismo. Cuentos monísimos donde no encuentras ni una sola familia convencional, donde los protagonistas presumen de ambigüedad sexual, donde la religión es ridiculizada, o donde los capitalistas siempre son monstruos que explotan a los buenos y además provocan el cambio climático.
Hay que proporcionar armas de libertad a los chicos para que puedan elegir si quieren quedarse con la basura o con la belleza
Mención aparte merece el tema del culto a la fealdad. Esa pasión por introducir a los niños en historias de monstruitos, diablos, y brujas babeantes, en cómics y juegos soeces y delirantes, y en cuentos donde lo más bello que aparece es la palabra “fin”. Me preocupa mucho más que privemos a los niños de la belleza, en esa lluvia fina, que los exabruptos de cuatro lunáticos presuntamente bienfollados en Castellón.
Supongo que el único paraguas que puede defender a los menores de esta lluvia fina, que a menudo llega como fuego amigo, es una educación en el hogar profundamente crítica y subversiva, algo que proporcione armas de libertad a los chicos para que el día de mañana, después de todo, puedan libremente elegir si quieren quedarse con la basura o con la belleza, con los obsesionados por el bienfollar o con los militantes del bienamar.
Y esto, por supuesto, sin restar adjetivos cariñosos para el ayuntamiento de Castellón, que cree que va a escandalizar a niños de doce años con estos libritos, y que además los va a adoctrinar lo bastante para que se inicien todos en mogollón en relaciones homosexuales, y que extrañamente esto es lo mejor que son capaces de hacer por el colectivo que dicen defender. En realidad, verá, señora concejala: los niños son niños, pero no son gilipollas.