«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Los niños irán a la playa

12 de junio de 2025

Dios mío, cómo pesaban los libros a final de curso. Al caer los primeros días de junio mi horizonte era el eterno verano, pero la montaña de los globales que se alzaba ante mis narices no me dejaba aún olfatear el aroma de la bajamar. Las páginas de los manuales ya no eran las livianas e impolutas de comienzo de la temporada escolar, ahora se arqueaban en sus extremos, amarilleaban, y se habían vuelto más densas, como si absorbieran día a día el peso de mis suspiros en la espera de la hora del recreo. 

Eran días de escudriñar el cielo después de comer, tumbados allá en el césped junto a la ermita del colegio, soñando con la libertad que soñábamos, inconscientes como éramos, pensando que nunca echaríamos de menos la preocupación de no tener ninguna preocupación en particular. La carpeta clasificadora a reventar, los esquemas urgentes danzando entre las páginas de los libros, y fragmentos de canciones en los márgenes para dotar de cierta identidad al estudio homogeneizador y tedioso.

En la semana de los exámenes finales cambiaba el rostro de los maestros. Los veíamos ungidos de un misterio especial, enigmáticos como sabios mudos, poseedores del secreto mejor guardado: ¿qué demonios habrán dispuesto preguntarnos al fin en el examen? Surcaban los pasillos entre un halo de superioridad principesca, como si tuvieran, en efecto, superpoderes, y se quebraba hasta nuevo aviso la familiaridad que en meses anteriores quizá hubiera podido crearse con algunos alumnos. 

No dormíamos un carajo, las cosas como son. La semana de globales parecía siempre de noche, y eso que en mayo solía clarear hasta tarde. Pero quemábamos horas frente a los libros que siempre resultaban insuficientes, y al final, o había que trasnochar para meterse algún tema virgen, o había que madrugar para repasarlo todo. En mi caso, por lo general, las dos cosas eran ciertas. De modo que era habitual verme dormir sobre el pupitre después de entregar el examen. Aquellas litronas de café nocturno me ponían el corazón como si estuviera abrazando a Scarlett Johansson.

Había algo de aprendizaje para la vida en todo aquello. Leo estos días crónicas de Selectividad y me avergüenzo un poco al ver a padres quejarse de que sus hijos sufren crisis nerviosas por jugárselo todo a una carta en esa cita. No tengo la menor idea de si la Selectividad es un sistema mejorable o no, pero me produce urticaria pensar en que la generación de cristal ahora no sabe afrontar los nervios de un maldito examen. No quiero ni imaginar lo que les pasará después el día que tengan que afrontar la tensión de una entrevista de trabajo, imagino que les petará la patata en la sala de espera, o que se desmayarán, o algo peor. 

A mi me aburría muchísimo la rutina escolar. Se me hacía muy larga. El mismo horario. Las mismas caras. Las mismas exigencias. Tengo un recuerdo muy cariñoso de los días de colegio y de todo lo que aprendí allí, pero al contrario que muchos de generación, no volvería ni de coña a esa etapa. Decía que la monotonía colegial me producía cierta repugnancia, de modo que la novedad de una semana repleta de exámenes globales, después de todo, me alegraba. Al menos había un poco de rock and roll. Lo que ya no solía alegrarme tanto era el boletín de notas, que aguardaba generalmente con una mezcla de melancolía, estupor, y confianza en la misericordia divina; no necesariamente por este orden.

Después, todo acaba muy rápido. No logro recordar bien qué ocurría entre los exámenes y las playas de la mariña lucense, pero quizá también por eso le tenía cariño a los globales: eran el peaje para poder gozar el verano de los niños, que es demasiado largo para los niños, pero que me vendría de perlas ahora que transito de bastante mal carácter la cuarentena. 

El curso escolar se escapa por el sumidero humeante de San Juan, sardiña e pan para los gallegos, y la montaña rusa de las vacaciones de los críos regará pueblos y ciudades de toda España, con su griterío, sus juegos, y bueno, sí, sus diminutas cabezas silenciosas inclinadas hacia las pantallas. 

De algún modo nuestras vidas siguen organizándose alrededor del curso escolar de los pequeños. Veremos de nuevo las calles llenas de esa mezcla de alegría incondicional y entusiasmo irracional, y volveremos un año más a compartir su alegría, que a ratos en el recuerdo será nuestra de nuevo. Que en una España que se muere de vieja y de mascotas, celebrar, honrar, y amar los pequeños rituales del niño es, no sólo un placer, sino también un deber moral.

Fondo newsletter