«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los partidos, esa pesadilla

6 de diciembre de 2013

Menudean las acusaciones a los partidos y a sus vicios de funcionamiento, y abunda el deseo de cambiar el panorama político. Una vez más, el CIS vuelve a mostrar que los españoles temen al paro y a la crisis, pero no menos a la corrupción y a los políticos. Esto tiene que cambiar, necesariamente, porque de no cambiar sería la democracia misma la que estuviese en peligro.

 

Que los partidos no respetan ni siquiera un mínimo de democracia interna es un secreto a voces, de forma que parece razonable suponer que cualquier fuerza política que apostase por tomarse en serio el mandato constitucional tendría un enorme atractivo para los electores. Si no lo hacen es por una mezcla de miedo al resultado, de comodidad y de falta de exigencia por parte de los electores, pero también porque la corrupción lo impide. El problema no es que no exista corrupción, eso pasa en todas partes. Nuestro problema es que los partidos se dediquen a negarla, y que sus militantes y dirigentes, muchos de ellos personas perfectamente dignas, prefieran pasar por sinvergüenzas, o amigos de quienes lo son, en lugar de oponerse decididamente a que su partido actúe de encubridor y defensor a ultranza de los numerosos corruptos y corruptores que se esconden en la bien tupida red de su organización.

 

Esto último es lo realmente insólito. Cuando un dirigente conservador inglés, o un demócrata norteamericano, es acusado de conducta indigna son sus propios compañeros los más interesados en aclarar el caso, porque no quieren ser cómplices de ningún delito. Aquí, tanto la izquierda como la derecha han escogido el camino contrario, el disimulo, la negación, la colaboración con los corruptos. Esto es lo que tendría que cambiar y hacerlo urgentemente.
¿Cómo es posible que esas conductas se den y se vean premiadas? La razón está en que los partidos han hecho suya la moral de las mafias, la solidaridad en el engaño y la mentira, la hipocresía de afirmar una cosa y hacer la contraria, o el cinismo puro.

 

¿Acabaría esto con la democracia interna? Sería relativamente fácil hacerlo, porque la democracia trae consigo trasparencia y la petición de que se rindan cuentas. En la actualidad, nuestros partidos pueden actuar con impunidad porque no tienen que rendir cuentas ante nadie, sólo ante los electores, pero los electores no están en condiciones de ocuparse de la vida interna de los partidos y, equivocadamente, miran para otra parte cuando surgen los escándalos, suponiendo que los míos siempre serán mejores que los otros. Gravísimo error que acentúa el problema, porque los corruptos, al sentirse impunes, por encima de la ley y de la opinión, acentúan sus tropelías y eso, a través de mecanismos no demasiado difíciles de comprender, lo acabamos pagando todos con más y más subidas de impuestos. No sé si me explico.

 

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