Para cuestionar las cifras de la macroeconomía –gélidas como un general soviético–, Manuel Fraga hablaba en el Congreso de los garbanzos, de lo que de verdad costaban y cómo se encarecían en el mercado. Dejó de hacerlo porque le tachaban de populista, cuando en realidad lo suyo era un mezcla de anacronismo y sentido común. Pobre Fraga, que menos los gaiteros lo perdió todo, desde su lucha con los tecnócratas y Suárez, hasta su batalla contra Felipe, del que aceptó, sólo por ser ministro, convertirse en el de la oposición. Don Manuel decía de Franco –después de haberle preparado los fastos de los 25 años de paz– que debió haberse marchado antes. Lo de la viga y la paja, que hasta que él no se fue el PP no supo ganar.
Mariano Rajoy también tuvo su revival fraguista cuando hablaba de “los chuches”, pero eso no es difícil porque el presidente ha probado casi todos los estilos políticos. También trató de ser un poco Kennedy cuando nos contó la historia de la niña aquella que nadie entendió muy bien, porque no le ha sido dado el don de la poesía. Antes había mostrado un perfil científico –los hilillos del Prestige o el argumento ad verecundiam de su primo catedrático en Sevilla–, otro canovista de hábil orador en la Cámara –aquí no hay ironía posible, porque es verdad– y por fin ahora parece haber encontrado el perfil público que más le conviene a su política y a su propia personalidad, la indefinición permanente: “¿Qué le parece la excarcelación de etarras? -Llueve mucho”. O sea, una actualización muy gallega del clásico ¿adónde vas?, manzanas traigo.
El fin de la recesión es el primer cesto de manzanas que trae Rajoy, y nos lo explica muy bien el ministro De Guindos, con ese acento que le ha prestado Tamara Falcó. Además disfrutan de la situación ventajosa que le proporciona el que no haya nadie en el Congreso que sepa hablar del precio de los garbanzos, y que la clase media en España –que es la que va a quedar laminada– hace tiempo que no tiene escaños. Pero equivocadísimos andan en Génova si piensan que van a conservar la mayoría sólo por evitar la quiebra económica. Es más, la última vez que la perdieron España nadaba en la abundancia, que se lo pregunten a Arriola que ya estaba por allí en aquel 2004.
El Gobierno de Rajoy ha renunciado a la política con mayúsculas para refugiarse en los grandes números, pero eso es como si el Real Madrid pierde por goleada todos los partidos, de aquí al final de la temporada, y Florentino se va a la Cibeles porque ha cuadrado el presupuesto.