Hoy se celebra la Marcha por la Vida, que más que una manifestación es la última excusa que le va a quedar a nuestro tiempo cuando los siglos venideros lo juzguen, un breve testimonio de que no todo fue un silencio cómplice en mitad de la barbarie del aborto.
Aunque ahora gobiernen Rajoy y Soraya, en este tema todavía rige la ley de ZP y Bibiana Aído, algo que escandaliza a un número considerable de votantes populares, que creían que alguna diferencia habría entre Bibiana y Ana Mato.
Porque en realidad lo de Bibiana fue previsible. Por edad, por formación, por capacidad intelectual, por escasa experiencia, porque el feminismo es un árbol transgénico donde no cabe la sorpresa, donde el fruto está precocinado. No por ser mujer, sino por ser Bibiana, la joven socialista, la del puño en alto con gesto muy flamenco, la hija perfecta, en fin, del sistema de progresía, dedazo y ERE. Con inconsciencia juvenil aprobó una ley genocida, celebrándola con euforia adolescente, abrazada a las otras ministras y dando saltitos, casi como si fuera aquello una fiesta del pijama.
Pero lo del Gobierno del PP es algo muy distinto, porque allí hay gente que ha estudiado. O eso se encargan de recordarnos a menudo, exhibiendo títulos y oposiciones como si les hubiéramos preguntado, con esa inseguridad del nuevo rico en el Club de Campo. Pues entre tanta mente brillante, alguno podría concluir que no es lo mismo la atrevida ignorancia de quien cree que el aborto es un derecho –y causa con ello un genocidio legal– que quien sabe que el embrión es un ser humano –incluso ha redactado un recurso ante el TC en el que explica los derechos del no nacido–, pero que cuando llega al poder se paraliza, y por cobardía o por interés no mueve un dedo. En ese juicio de los siglos venideros, sin duda, no se tratará con tanta severidad la pueril necedad de Bibiana, como la cauta perversidad de tanto curriculum brillante.