He seguido la visita del Papa Francisco a Marsella. Y con el Papa Francisco me entero, ah, pobre de mí, después de vivir exiliada 34 años en Francia, y de trabajar esporádicamente en el Mucem de Marsella y en varios sitios, que Marsella no asimila a los inmigrantes. Porque si bien el Papa ha alabado la integración de los inmigrantes, también ha denunciado la asimilación que «no toma en cuenta las diferencias». No sé si he oído al revés, pero no, el mensaje ha sido oído correctamente por mis pobres tímpanos, tal como el Santo Padre lo ha pronunciado. En fin, que el Papa llega otra vez para regañarnos frente a la actuación de los inmigrantes. Como se nota que el Papa sale poco del Vaticano y no ha viajado lo suficiente y que conoce poco Marsella.
El Papa fue recibido por el presidente francés en el Palacio del Faro, y se esperaba una misa elocuente, como lo son siempre las misas de los papas, o como debieran serlo.
Desde luego se ha debido aclarar que no se trata de una visita de estado del Papa Francisco, sino muy específicamente a Marsella, donde es sabido que en esta ciudad mediterránea destaca la cohabitación de un vasto y amplio abanico de comunidades religiosas, como subraya Le Figaro… Porque al parecer Francisco es el Papa de las comunidades religiosas y no del cristianismo con preferencia.
Nadie ignora que el Papa Francisco no es indiferente al drama de los náufragos inmigrantes, aunque no le importa un bledo los boats people haitianos y menos los balseros cubanos. Me entero, además, que Su Santidad ha venido a Marsella para clamar por la causa de los exiliados, supongo que los exiliados cubanos, venezolanos y hasta nicaragüenses no entren en esa agenda de reclamos, dado que los tiranos y dictadores que gobiernan en los países de esos exiliados son sus amigos, qué digo, al igual que Raúl Castro, sus «hermanos».
La estancia del magno Pontífice interviene en medio de esta nueva ola de recién llegados a Lampedusa, esa isla italiana que ya no puede más ni con su propio peso, lo que ha provocado que la Unión Europea se ponga las pilas, aunque usadas, para ver cómo solucionan, o al menos alivian, la invasión que ellos llaman «flujo migratorio», sí, todo muy chic, y «politiqués».
La visita del Papa movilizó una descomunal protección para la visita a Marsella, presunta tierra de paz de inmigrantes integrados y de población que —según Bergoglio— no asimila a los inmigrantes, de ahí supongo los problemas con las bandas armadas, el tráfico de drogas, las violaciones y robos a plena luz del sol candente de un verano-otoño marsellés; 6.000 personas cuidan del Papa, fuerzas del orden también a su disposición, policía nacional, gendarmería, unidades especiales y de protección de personalidades, el Raid, unidades anti-drones, caninos y marítimos; y todo eso para proteger a Francisco de los que no asimilan a los inmigrantes, digo, ¿no?
En la basílica de Nuestra Señora de la Guardia, tras una oración en el claustro, el Santo Padre hizo acto de recogimiento junto a sus acompañantes en el memorial dedicado a los marineros y «migrantes», o inmigrantes desaparecidos en el mar «a los pies de la Buena Madre», insistiendo en el socorro necesario.
La prensa, tan católica ella cuando el Papa responde a sus intereses izquierdistas, sumamente entregada, no sólo Le Figaro, hasta toda la otra prensa, siguieron cada una de las ceremonias como habituales feligreses de una misa que va sólo dirigida a los políticamente correctos, y no a los vecinos de Marsella, para nada a la gente de a pie, que por sólo vivir en su ciudad tienen que aguantar que les llamen de todo, incluido por el Papa, por no aceptar la violencia cotidiana generada por una inmigración que contrario a lo que se quiere imponer, no sólo no desea asimilarse, sino que se comporta como si el sólo hecho de tener que integrarse, como se han integrado las oleadas anteriores de inmigrantes de entre las décadas de los 70, 80 y 90, les molestara y les agrediera moralmente.
Confieso que sigo con euforia todas las visitas de los papas sucesivos, pero que hay dos que me han molestado profundamente, la de mi amado Juan Pablo II a Cuba, porque sabía de antemano que pese a sus esfuerzos, y su gran amor por la isla y por nuestra Patrona, la Virgen de la Caridad del Cobre, intentarían burlarse de él, como lo hizo Fidel Castro, y al final nada sucedería, ningún cambio hacia la libertad, como había ocurrido en Polonia, el milagro más relevante a mi juicio de Juan Pablo II: terminar con el comunismo en su tierra natal; y esta visita de Francisco a Marsella. Porque ¿con qué derecho se puede llegar a Marsella a dar lecciones de nada, aunque seas el mensajero de Dios en la tierra?