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Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es
Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es

Más pedanterías

17 de junio de 2024

Desde que hace unos pocos meses La lengua retorcida invadiera las librerías del reino en estrecha competencia con Harry Potter en la lista de los más vendidos, numerosos lectores me han hecho llegar sus aportaciones para mi mortificación por no haberlas conocido antes de enviarlo a imprenta.

Uno de los terrenos más fértiles en retorcimientos lingüísticos es el de la enseñanza, quizá porque la jerga pseudocientífica lo tenga más fácil para ser tomada en serio. El desembarco de los psicopedagogos, expertos supremos en pedanterías, ha provocado, además de una caída espeluznante en la calidad de la educación debido al entierro de los conocimientos bajo la losa de los métodos (perdón, las metodologías), un alud de neopalabritas con las que justificar sus sueldos.

Comenzando por las obsesiones igualitarias e inclusivas, últimamente destaca, junto a los ya veteranos ciudadanías, profesorados y alumnados, el simpático estudiantado. Pero lo más grave es que las palabritas alocadas camuflan una todavía más alocada manera de pensar. El tenebroso Rousseau nunca ha gozado de tanta influencia. Del mismo modo que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que le corrompe —señal de que ni aquel desalmado proveedor de huérfanos ni sus seguidores se pararon nunca a observar la amoralidad natural del niño—, el mal estudiante no existe: sus malos resultados se deben a sus malos profesores o a algún problema mental. Y por esta rendija se cuela una buena ristra de siglas para justificar, con disfraz científico, hasta lo más injustificable. Ya no hay niños vagos: son ACNEE (Alumnos con necesidades especiales) o con DEA (Dificultades especiales de aprendizaje). Si un niño suspende, no es que no estudie, sino que es una víctima de TDAH (Trastorno de déficit de atención con hiperactividad), de TEA (Trastorno de espectro autista) o de alguna otra dolencia bajo cuyo paraguas caben, junto a los escasos niños que efectivamente tengan esos problemas, los muchos vagos e irresponsables. Si un niño lee mal o, como se dice ahora, tiene problemas de comprensión lectora —lo que, ¡qué casualidad!, padecen hasta los mozalbetes logsizados que llegan a la universidad—, es porque sufre de dislexia; si no se aprendió las tablas de multiplicar y tiene que echar mano de la calculadora hasta para las operaciones más sencillas, su problema es la discalculia; y si no sabe poner en su sitio bes, uves, haches y tildes, no es por no haber estudiado, sino porque su enfermedad es la disortografía. El niño vago no existe. Nada puede ser culpa del niño. O le corrompe la sociedad o le traicionan sus conexiones neuronales. Venciste, Jean-Jacques. A lo que hay que añadir, como es forzoso en nuestra multiculturalísima época, el detalle de que, cuando los que cometen errores ortográficos y gramaticales son gitanos, los errores dejan de serlo para convertirse en rasgos idiosincráticos. Corregirles sería racista.

El apartado de pedanterías y eufemismos nunca falla: sumatorio por suma; obstruccionar por obstruir; festividad por fiesta; evento autolítico por suicidio; procedimentalización por procedimiento o trámite; punto de inflexión por cambio; delincuencial por delictivo; evento eruptivo por erupción; portabilidad por cambio de compañía telefónica; homologar por bajar la exigencia; productos reacondicionados y de caja abierta por de segunda mano; estudio orgánico capilar por peluquería; mézclum de lechugas por ensalada de lechugas; y actitudinalmente por vaya usted a saber qué palabra que me da pereza imaginar. En un cartel anunciador de actividades para urbanitas inclusivos, sostenibles, ecorresilientes y con perspectiva de género que se aburren si alguien no les organiza su tiempo, aparece un sugerente baño de bosque. En lengua vulgar, paseo. Pero mi favorito de esta temporada es el cartel anunciando una obra de adaptación climática mediante renaturalización en el centro educativo, es decir, que van a plantar hierba en el patio del colegio.

La pedantería cosmopaleta tampoco da tregua en nuestra sufrida piel de toro. Por ejemplo, ese restaurante vegetariano rural que se anuncia como plant based restaurant. O ése que se autotitula coach motivacional para no decir charlatán. O la iniciativa de un ayuntamiento de ciudad costera que propone a los ciudadanos enviar fotografías de las playas a un archivo para acumular datos sobre su evolución y cuyo título es CoastSnap: Community beach monitoring. O expresiones salidas de los labios de los siempre peligrosos economistas como la comparativa desde que se implementó el remodelling para no decir la comparación desde que se hicieron los cambios; o los partners nos reportaron el feedback para evitar la vulgaridad de que los socios nos respondieron. Para terminar el apartado anglocursi, esta elegante combinación de ideología de género y espanglish publicitario: «Amplia gama de productos de bienestar sexual para todas las identidades de género y edades. No te pierdas satisfyer: productos de alta calidad que darán un boost a tu vida sexual. Don’t miss it!«.

No dejen de enviarme sus aportaciones, por favor (a [email protected]), que así podremos seguir divirtiéndonos.

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