«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Mejor autoacordonarse

25 de agosto de 2023

Mientras Ayuso y Cayetana entretienen a los don hilariones, otro PP se extiende con Sémper y González Pons, uno poeta, el otro novelista, los dos en el ingrato papel de ser aceptados en la SER, donde convierten a cuatro señoras de compras por la Gran Vía en un millón de personas vibrando con las del fútbol.

Si Sémper pidió «aceptar con naturalidad» a Bildu, Pons reconoce ahora a Puigdemont como interlocutor válido y a Junts como partido de «tradición y legalidad».

Pons, es decir Feijoo, es decir el PP, es decir la parte de la oligarquía que acciona el muñeco político-mediático del centroderecha homologan a Junts como uno-de-los-suyos, socios al fin y al cabo de anteriores pactos donde pringó la misma derecha que décadas después sigue timando al personal.

Esto redondea un mes glorioso. La desastrosa campaña electoral del PP y sus terribles medios hizo imposible el triunfo de la derecha. Tras haber participado en la estigmatización de su posible socio, y haber reducido la corrupción del régimen a mero «sanchismo», cosa de un señor, viene el más difícil todavía: legitimar cualquier pacto al que se llegara con Puigdemont, y además cualquier enjuague del golpe del 2017, descrito por Pons como «acciones de cuatro personas, cinco, diez, las que fueran».

Tan tonto no se puede ser. Tiene que haber guión.

Del pueblo español salieron dos cantos en 2017: un «Viva España» y un «Puigdemont a prisión», y años después, el PP culmina un engaño que comenzó con su 155 y con su interesada manipulación de la protesta popular, reducida por sus medios a hazaña borbónica. Ahora llega la indignidad: inclinarse (España invertebrada) ante el golpista en otro ejemplo de entrega narrativa (la sumisión narrativa es la especialidad del PP, su papelito en la perversión).

Ante el golpe de 2017 había dos posibles direcciones: corregir (la reacción) o apaciguar (la plurinación) y en eso último está el PP haciendo la goma, el tancredo, el remolón, mientras el PSOE y la izquierda hablan claramente de plurinacionalidad y en reventa del voto (democracia a la española) regalan diputados, al fin y al cabo simples maniquíes, a los separatistas, que así tendrán grupo: dinero público (más) y tribuna para insultar a España.

La izquierda cumple así su función y pone sus votos al servicio de la oligarquía catalana, chalaneo admitido por este régimen hediondo, arquitectura de traición, en el que el Tribunal Constitucional deja a la mesa la interpretación del reglamento parlamentario, siendo la mesa los propios partidos.

Admitir a Puigdemont es estar en el ajo de lo inminente, y esto debería hacer imposible pactar con el PP. Cualquier pacto con el PP mancha de sospecha a quien lo haga. Abascal ha puesto como condición para su apoyo que cese el cordón sanitario a Vox, pero en estas condiciones, ese cordón es un timbre de gloria. Habría que autoacordonarse, ponerse uno al llegar los conos alrededor, como un entrenador melancólico que se enjaulara en la pureza táctica, y Abascal debería entrar en las instituciones (en todas) con traje EPI, dando la mano como un astronauta o un apicultor.

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