«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Mochilas en el chabolo

6 de noviembre de 2013

Ay, si las mochilas hablasen, como la de Dora exploradora. De la de Vallecas a la de Bárcenas, hace años que la política aquí parece el programa de televisión de Labordeta, un país en la ídem, que dependiendo de lo que salga de esas bolsas –de colegial o de montañero– se crean y deshacen honras y Gobiernos, porque aunque sólo haya papeles son siempre una especie de bomba. Por cierto que a Labordeta le insultaban en el Metro porque se creían que era Pío Moa, y eso le cabreaba un chingo. No porque le insultasen, sino porque existiese en España gente como Pío Moa, y que encima les confundiesen por gastar el mismo mostacho. A lo mejor por eso decidió el rapsoda incorporarse a la política activa, para poder decir que él no había dejado de ser rojo rojísimo, y cultivar esa faceta extravagante de maño extremista que lució por el Congreso. Nunca se paró a pensar, imagino, que había gente que le reconocía como Labordeta, y que aunque estuviera en sus antípodas ideológicas, por otra forma de entender el respeto, no le insultaba. Volviendo a las mochilas explosivas que dicen que Bárcenas tiene por ahí diseminadas, de momento sólo aparecen los papeles que puedan incordiar a María Dolores de Cospedal. Es como una idea fija lo de este hombre con esta señora, algo que, por lógica primaria, tendría que beneficiar a doña María Dolores. Al menos en principio, que no debería ser tan difícil vender el silogismo de que la venganza del corrupto siempre se dirige contra quien ha terminado con sus corruptelas. Pero Cospedal se parece un poco a Dora exploradora. Cuando la hicieron secretaria general subió a la tribuna y dio las gracias casi como si le hubieran dado un Oscar. Y a lo mejor es fingido ese aire de girl-scout con el que hace política, pero si de verdad fue ella quien acabó en el PP con el cortijo de Bárcenas, también fue muy ingenua pensando que le podría salir gratis, o tragándose sapos como la indemnización en diferido, poniéndole despacho y coche a un enemigo tan íntimo. Alguna explicación habrá, por supuesto, pero estará en el fondo de alguna otra mochila.

En la jerga penitenciaria, las mochilas tienen un significado especial. Son los traumas que carga el criminal, porque no todos son psicópatas desalmados, y a algunos se les aparecen sus víctimas en forma de pesadilla, o no pueden sacarse de la cabeza tal o cual horror cometido. En la oscuridad del chabolo, esas mochilas pesan más. Y tiene algo de injusticia poética el que Bárcenas las haya dejado fuera, como si él estuviese convencido de que tarde o temprano se le repondrán sus privilegios.

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