«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Las niñas ya no vienen de París

18 de noviembre de 2016

Las niñas ya no vienen de París. Ni los niños. Ahora vienen de Nigeria, Afganistán, Iraq, Túnez, Pakistán, Argelia… En París ya no se atreven, ni en Madrid, a las nuevas generaciones. Hay que tener mujeres muy generosas, muy entregadas, y hombres muy decididos para revertir la situación. Las mujeres han de estar dispuestas a sacrificar su cuerpo, su imagen, a vomitar durante meses, a dejar de comer un montón de cosas, a ir al baño cada dos minutos, a no dormir por ardor, por agobio, por volumen, por semanas y meses. Han de estar dispuestas al parto, al dolor de los dolores durante horas y horas, a delirar, a sangrar, a sangrar más… Y ellos, ellos han de estar decididos a darles la mano. A proteger todo ese sacrificio como lo más sagrado.

 

Pero en Europa ya no nos queda pasta de madres. Y mucho menos de padres dispuestos a complementarlas. Se nos acaba la sangre, y envejecemos. Todo sin despeinarnos, sin mirar más allá, sin darnos cuenta que todos llegamos al mundo gracias a toda esa sangre que derramaba una mujer generosa. Una madre.

 

Y ese no es todo el sacrificio que escasea en nuestra Europa. También hace falta tiempo. Tiempo para los demás. El tiempo de juventud que una madre invierte en educar a la personita que trae. El tiempo para enseñarle a hablar, a andar, a comer, a contar, a jugar, a vivir, a querer, a rezar. El tiempo que se quita a sí misma para otro.

 

Ya no nos queda amor. Del de verdad, no de este amor que pueda ser confundido con pasión, o con cursilería. Amor como cumbre de la entrega a los demás. Porque una madre no entrega su cuerpo, su sangre y su tiempo descartando volver a hacerlo mil veces por ti.

 

Se nos acaban las mujeres y los hombres con mayúsculas. Se funden ambos en un magma neutro del egoísmo. Se suicidan. Se compran pisos individuales en Madrid y en París para que nadie entorpezca su carrera brillante hacia el éxito, la comodidad, la riqueza, o como quiera que llamen su objetivo. Sin sangre, sin tiempo, sin amor. Y mientras ellos están anestesiados de individualismo, llegan mujeres dispuestas a sangrar de Asia, de África, de América.

 

Y cuando todos los viejos de Europa se mueran (porque se morirán), dejarán pisos vacíos y enterrarán con ellos la civilización que alguna vez recibieron de las mujeres valientes de Europa. Que son anónimas.

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