Las niñas ya no vienen de París. Ni los niños. Ahora vienen de Nigeria, Afganistán, Iraq, Túnez, Pakistán, Argelia… En París ya no se atreven, ni en Madrid, a las nuevas generaciones. Hay que tener mujeres muy generosas, muy entregadas, y hombres muy decididos para revertir la situación. Las mujeres han de estar dispuestas a sacrificar su cuerpo, su imagen, a vomitar durante meses, a dejar de comer un montón de cosas, a ir al baño cada dos minutos, a no dormir por ardor, por agobio, por volumen, por semanas y meses. Han de estar dispuestas al parto, al dolor de los dolores durante horas y horas, a delirar, a sangrar, a sangrar más… Y ellos, ellos han de estar decididos a darles la mano. A proteger todo ese sacrificio como lo más sagrado.
Pero en Europa ya no nos queda pasta de madres. Y mucho menos de padres dispuestos a complementarlas. Se nos acaba la sangre, y envejecemos. Todo sin despeinarnos, sin mirar más allá, sin darnos cuenta que todos llegamos al mundo gracias a toda esa sangre que derramaba una mujer generosa. Una madre.
Y ese no es todo el sacrificio que escasea en nuestra Europa. También hace falta tiempo. Tiempo para los demás. El tiempo de juventud que una madre invierte en educar a la personita que trae. El tiempo para enseñarle a hablar, a andar, a comer, a contar, a jugar, a vivir, a querer, a rezar. El tiempo que se quita a sí misma para otro.
Ya no nos queda amor. Del de verdad, no de este amor que pueda ser confundido con pasión, o con cursilería. Amor como cumbre de la entrega a los demás. Porque una madre no entrega su cuerpo, su sangre y su tiempo descartando volver a hacerlo mil veces por ti.
Se nos acaban las mujeres y los hombres con mayúsculas. Se funden ambos en un magma neutro del egoísmo. Se suicidan. Se compran pisos individuales en Madrid y en París para que nadie entorpezca su carrera brillante hacia el éxito, la comodidad, la riqueza, o como quiera que llamen su objetivo. Sin sangre, sin tiempo, sin amor. Y mientras ellos están anestesiados de individualismo, llegan mujeres dispuestas a sangrar de Asia, de África, de América.
Y cuando todos los viejos de Europa se mueran (porque se morirán), dejarán pisos vacíos y enterrarán con ellos la civilización que alguna vez recibieron de las mujeres valientes de Europa. Que son anónimas.