No les escuché cuando la izquierda y el nacionalismo expulsaron a Boadella de Cataluña. Ni cuando los indepes atacaron la casa del genial director. No dijeron ni pío, oye. Tampoco cuando se fue arrinconando la cultura en español en las comunidades autónomas bilingües, donde no se programaba o concedía subvención a nada escrito, filmado o interpretado en esa lengua, la de todos los españoles. Chitón.
No hubo queja alguna cuando se cancelaba a los que ellos mismos, sonrisita en ristre, calificaban como «artistas fachas». Siempre miraron con suficiencia a los Arturo Fernández, Lina Morgan o Alberto Closas. No escribieron un manifiesto para criticar el despido improcedente que llevó a cabo el ayuntamiento del Madrid de Carmena contra Juan Carlos Pérez de la Fuente. Tampoco defendieron la cultura cuando se acabó con los toros, primero en Cataluña, y luego en otros lugares de España. No dijeron esta boca es mía si se señalaba a presentadores de la tele. O cuando le caían chuzos de punta a Vaquerizo por llevar una camiseta con el símbolo de la legión, de nuestro ejército. Se callaron como cobardes cuando se cancelaba a Woody Allen o a Plácido Domingo sin que hubiera una sola sentencia en su contra. Acataron sumisos todas estas mierdas y las absurdas reglas del modernismo woke para decidir qué era o no correcto en el arte, qué minorías debían o no estar representadas.
No recuerdo una sola palabra cuando se canceló en un festival de música de Benicasim a un judío. Su pulsión antisemita debió cerrarles el pico. Ni pío ante amenazas islamistas. Le ríen las gracias machistas al colectivo gitano porque, en fin, ya tú sabes. Ni uno sólo de ellos dijo nada cuando amenazaban la presentación del libro de Errasti y Pérez que defendía la tesis de que «nadie nace en un cuerpo equivocado», puro sentido común contra el que embistió el colectivo trans y toda la izquierda. Tampoco defendieron a las feministas canceladas por presentar pelea a esas peligrosas y absurdas políticas. Ni un sólo artista salió a defender a Lucía Etxebarría, que sufrió un acoso indecente, que incluso fue señalada por la ministra de Igualdad. Querían cambiar la letra de slomo o la de una canción de Mecano, ni mu. Censuraron vallas de publicidad con un ánimo monjil; escenas de la vida de Brian; se canceló a J K Rowling, a Jonny Deep, a Bill Murray, a Roald Dhal. Ni una sola palabra en su defensa.
Retiraron un anuncio de hamburguesas en Gijón por la pecaminosa frase «Nos gustan maduritas y lo sabes». Reescriben a Agatha Christie, despiden a una profesora por enseñar el David de Miguel Ángel… no dijeron esta boca es mía. Crean la figura de la lectora sensible para censurar porque un libro «puede hacer daño». Llamaron al boicot de un concierto porque actuaba Sherpa, que es de derechas. Ridiculizaron a Vargas Llosa. Le ríen las gracias a los proetarras, que merecen una segunda oportunidad aunque hayan matado, también a los golpistas catalanes; pero si estás en la otra orilla, no esperes de ellos piedad alguna.
Se emborrachan con un cóctel de prejuicios, sectarismo y cobardía.
Ahora firman un manifiesto y se descuelgan victimistas con esos versos tan manidos. A ver así: primero fueron a buscar a Boadella, pero no dijisteis nada porque no erais Boadella. Después fueron a por el español en varias comunidades autónomas, pero estabais calentitos en Madrí. Luego a por Plácido Domingo, pero no erais Plácido. Después a por todos los que criticaban las políticas trans… cuando fueron a por vosotros, nadie os escuchaba.
Sólo se puede estar en contra de TODA la censura.