Este es un artículo que yo no tenía ninguna gana de escribir. Pero pienso que no tenía otro remedio. Después del espléndido de ayer de Hughes, quizá sea menos necesario para La Gaceta, aunque para mí lo sigue siendo. He de lamentar el error de Vox votando a favor de la reforma de la Ley 7/2014, que permitirá a Txapote y a otros 43 asesinos salir a la calle antes de tiempo. Si sólo se hubiese equivocado el PP, habría escrito un artículo rabioso, así que no me puedo permitir la doblez de callarme ahora porque me duela más. Contra el PSOE, Sumar y Bildu, los instigadores, escribo siempre.
Sería como cualquier otro tifoso o hooligan de cualquier otro partido, capaz de jalear a los suyos con razón o sin ella, si me escabullese en silencios o en justificaciones de salón para disculpar a Vox. Y sería sumar otro error al error, que ya no podemos permitírnoslo. La exigencia del votante de Vox es un activo del partido, y hay que defenderla. No podemos perder la honestidad intelectual y la autocrítica.
Así que nos toca recordar la obviedad obviada: las leyes que presenta este Gobierno hay que leerlas con lupa y, a la mínima sospecha o extrañeza o giro de última hora, votar que no por defecto (esto es, por virtud). Todavía más si rozan mínimamente la cuestión del terrorismo, donde la querencia y las deudas de Sánchez se conocen.
Ahora suplicaría que no repitiesen la excusa de que se iba a aprobar «de todas maneras», porque eso, con la actual configuración de las mayorías parlamentarias, pasa siempre. Hemos votado a Vox para que con su voto (en contra) signifique la dignidad y la resistencia en tantas votaciones perdidas. Si no nos dejan ya ni la épica de la derrota honorable, la desesperanza es total.
Quizá una petición retórica de disculpas y un voto revertido en el Senado no vayan a ser suficientes para taponar el flujo de desilusión entre los votantes. Es un error puntual, es cierto, pero en un tema demasiado vital para la historia en carne vida de España, y para el posicionamiento unánime de Vox.
Cumplido el penoso deber, también hay que apuntar que mi confianza en el empedrado de las buenas intenciones de Vox es total. Y que la degeneración del Poder Legislativo explica (aunque no excuse) estos errores. El rodillo de las mayorías de progreso, que hace inútiles la argumentación y el trabajo de oposición, adormece a cualquiera; la disciplina de partido, por otro lado, hace que los diputados voten lo que les manden uno o dos responsables y que no estén nada vigilantes y, por último, aunque quisieran estarlo, debido a la inflación legislativa, no podrían atender tantísimas leyes.
Ésta es la cruda realidad práctica a la que se enfrentan los diputados. Este batacazo moral debe ser un acicate para poner remedios. Urge profesionalizar los servicios y asesores de los grupos legislativos. El columnista Jorge Vilches, a pesar de su afinidad con el PP, y, sobre todo Daniel Portero, siendo diputado autonómico del PP, han exigido mucho más rigor al PP, lo que les honra. Y Vox debe exigirse más que el PP y nosotros más a Vox. La política del zasca y de los medios debería sacarse de los grupos parlamentarios, y concentrar en ellos a legisladores atentísimos a lo suyo, con equipos muy especializados.
La sapientísima liturgia antigua entonaba un mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Obsérvese la reiteración y el superlativo final y nada más. Sería un error conformarse con una sola petición de disculpas, seguida de un sinfín de justificaciones y excusas y no afrontar el problema en todas sus derivadas prácticas de forma y de fondo. El grupo parlamentario tiene que ser el mayor garante de nuestra dignidad.