«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Biografía

Su nombre era leyenda

6 de septiembre de 2013

Los lunes, en los colegios buenos de Madrid, los niños mal de familia bien presumían de haberle visto en acción. Si alguno se unía a la conversación ya empezada y nadie le ponía en antecedentes, pensaría que allí se hablaba de Road House, la peli aquella de duros, peleas y discotecas. Aún hoy, tantísimos años después, en las reuniones de antiguos alumnos, termina saliendo su apellido y alguien hace la crónica de sus movidas. Porque sus hazañas no caducan; en todo caso, prescriben.

Su nombre era una leyenda en las noches del Madrid de los noventa. Cuando en Pachá –cuentan– oías que venía, o te quitabas por las buenas o te quitabas por las malas. Pero te quitabas. Lo que aprendía en los gimnasios lo ponía en práctica en la calle. Según iba depurando su técnica, más difícil se lo ponía a los traumatólogos de guardia en fin de semana, que tenían que hacer virguerías con los tíos que les enviaba a Urgencias. Había noches en que se pegaba tres y cuatro veces. La Policía, cuando quería detenerlo, sabía dónde encontrarlo: en casa de sus padres.

Pocos le creían pero era verdad: no salía buscando bronca. Encantador, buen chico, con un carisma arrollador, exitoso con las niñas, no resistía, eso sí, que le chulearan. De ahí que pasara de ángel a demonio en lo que dura un pestañeo, de ahí que más de una vez imprimiese la suela de sus Timberland en la cara de algún portero. A su madre le daban las tantas rezando mientras le esperaba despierta.

Enseguida la calle Barceló se le quedó pequeña. Se juntó con gente de la que nunca leeremos en los periódicos, pues en España no hay programas de protección de testigos lo bastante seguros. Incluso llegó a liarla en países en los que “Estado de Derecho” es poco menos que un concepto jurídico indeterminado.

Es lástima que en Madrid no haya habido afters llamados Orión o Tannhaüser, porque le habría quedado redonda la frase del replicante de Blade Runner. Él sí ha visto cosas que nosotros no veremos jamás. Él sí ha viajado al fin de la noche, de donde logró regresar. Él sí quiso, como Nick Romano, vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver. Él sí está vivo de milagro.

Su afán por salvarse siempre estuvo ahí, como cuando, aún estudiante, cambiaba los veranos en Marbella por otros en el tercer mundo, donde cuidaba niños y construía iglesias. Pero la redención definitiva le vino dada por el amor de una mujer –su mujer– y el nacimiento de sus hijas. Hoy, para no bajarse del coche durante una discusión le basta con saber que puede mandar al hospital a cualquiera y que las peleas o se pierden… o se pierden.
Tras años de rastrear su pista, escribo de él con la emoción con que lo haría el reportero Jack McGee al dar, por fin, con el doctor Bruce Banner.

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