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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El nuevo Parlamento, la caricatura de una nación

16 de enero de 2016

Cuando acudimos a un proceso de selección de una empresa X con la idea de optar a un puesto de trabajo, adoptamos la mejor de nuestras posibles caras. Exhibimos nuestro mejor expediente académico, cuidamos nuestro aspecto procurándonos un atuendo adecuado y un esmerado aseo y observamos el mejor de los comportamientos en cuanto a nuestros modales, basados en el respeto y la moderación, con el único objetivo de acumular las mayores probabilidades de obtener el empleo.

Nos vestimos con la toga cándida romana lo más pulcra de que somos capaces y nos presentamos delante del elector que nos examinará con lupa, pues se trata de incorporar a un completo desconocido a la disciplina de la compañía. El responsable de recursos humanos empleará un cuidado exquisito, pues de su decisión dependerá el buen funcionamiento del departamento al cual se asigne al aspirante. Al final, la correcta o negligente actividad que desempeñe el nuevo fichaje repercutirá de manera directa en la línea boyante o decadente del negocio.

Todo lo anterior no es necesario para optar a representar los intereses de la empresa  España; sólo es necesario estar incluido en unas listas cerradas y bloqueadas. De tal forma que se entra a formar parte de un batiburrillo que complica al elector separar el trigo de la paja. Por ello se hace indispensable una labor de conocimiento tendente a saber, como mínimo, qué personas se presentan por la propia circunscripción para dar validez o no a dichas listas. Del mismo modo que al seleccionador de recursos humanos de nuestra empresa X se le suponen unos conocimientos, atestiguados, tendentes a optimizar su preferencia que será fundamental para el proyecto que desempeñe, cabría preguntarse si al potencial votante se le conocen cualidades que permitan garantizar una correcta alternativa. ¿O es que alguien deja entrar en su casa a quien ni siquiera conoce?. ¿Por qué dejar entrar en el Parlamento (a negociar sus asuntos durante cuatro años), a completos desconocidos sin un verdadero convencimiento?. Sólo pretendo poner de manifiesto la necesidad de disponer de verdaderos criterios que conduzcan al votante a perfeccionar su deseo.

Esos criterios son guiados fundamentalmente por palabras e imágenes. Las nuevas tecnologías ponen a nuestro alcance casi cualquier tipo de información en décimas de segundo, sin embargo la inmediatez que los dispositivos nos aportan puede generar cierta pereza que nos impida profundizar en los contenidos, quedando únicamente en nuestro subconsciente el titular de turno que, más pronto que tarde, desaparecerá de nuestra memoria al no trasladarnos más que una momentánea experiencia, ya sea ésta buena o mala. De este modo tenemos en un lado de la balanza la mayor o menor genialidad de quien escribe para inocular en el lector su pretensión en unas pocas palabras, y por otro la mayor o menor perspicacia del receptor de la información que deberá poner de manifiesto su objetividad y sensatez.

Más importantes son las imágenes. En ellas radica un alto porcentaje del éxito de los partidos políticos, y en ellas inciden los directores de campaña a sabiendas de que una imagen vale más que mil palabras. Las instantáneas nos ofrecen, en corto espacio de tiempo, una suerte de mensajes subliminales cuya profundidad va mucho más allá que las letras. Aquello que de esta forma se percibe origina en el ser humano reacciones instantáneas manifestadas en rápidas emociones de aprobación o rechazo, quedando grabadas precisamente por el componente sensible que generan.

Lo presenciado el pasado miércoles en la sesión constitutiva de la XI legislatura nos deja pinceladas acerca de la realidad de la España actual en forma de imágenes. Probablemente las más impactantes desde el golpe de estado de Tejero en cuanto a que van mucho más allá de la moderada normalidad. Una sociedad que se rebela frente a los usos y costumbres adquiridos de generación en generación de manera rupturista y violenta en sus formas. Personas que sólo ejercen de habitantes de un país con mucho pasado pero con escaso futuro. Ciudadanos que materializan su ignorancia en la colectividad, incapaces de adoptar criterio propio siempre ojo avizor de lo que hace el de al lado para no salirse del redil de la mediocridad.

El dibujo del Parlamento es la caricatura de una nación. Y digo bien porque ya no lo es; se ha convertido en un espacio tomado por la falta de respeto, en el que cada uno hace lo que le viene en gana sin tener en cuenta si molesta al de al lado. Un lugar convertido en bandera del populismo más rancio que obviará en los más de los casos la verdadera naturaleza de la institución, en favor de proclamas y arengas trasnochadas protagonizadas por los personajes más esperpénticos que podamos imaginar, en las situaciones más grotescas y extravagantes jamás vistas hasta ahora. Lejos de poner el parlamento al servicio de los ciudadanos, como dicen algunos, asistimos a la profanación de un espacio de todos en el que el rodillo de las mayorías absolutas sin ideología, será relevado por la nociva demagogia envuelta de ignorante legitimidad.

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