Como ya sabíamos lo que iba a suceder, y no hay resortes de defensa, como es verano, el sentido del ridículo aguijonea y ya no se va teniendo edad, el fallo del Tribunal Constitucional avalando la Ley Orgánica de Amnistía para la Normalización Institucional, Política y Social de Cataluña (lingüística no) no puede ya mover sino a un sentimiento incómodo, una sensación de cansancio, argumento recalentado, vergüenza propia y ajena y frustración.
La novedad real, la auténtica novedad, aunque previsible fuera, iban a ser los argumentos de indignación escogidos en parte de la llamémosla oposición (en un régimen como el nuestro, ni la oposición puede ser oposición).
Han aparecido cuestiones morales: sentencia «no ética», sentencia «inmoral»…
Esto lo dicen primeras espadas, personas importantísimas, personas tan principales que tendrían que estar esgrimiendo argumentos definitivos. Personas muy encumbradas que el Régimen elige para culpar al maestro armero.
¿No lo ven? Alguien muy malo ha engañado a nuestras buenas y puras instituciones… Pedro Sánchez-Tenorio burlador de doncellas nos ha robado a todos la flor constitucional…
Pero la sentencia del Tribunal Constitucional no contradice la propia trayectoria del órgano, reconocido ahora, por fin, como político, ni tampoco la Constitución, cuyo sentido va del incumplimiento a la ambigüedad. Su función es no cumplirse.
Esta sentencia y el proceso después del procés (proceso que no ha acabado y ahora debería acercarse al apaño fiscal y la consulta en Cataluña) se han podido desarrollar con las leyes en la mano, con las instituciones y desde las instituciones.
Si fuéramos niños o completos desmemoriados, podríamos creernos a quienes dicen que un virus de populismo político bolivariano y supercorrupto que tomó diabólica forma humana en Pedro Sanchez ha pervertido una arquitectura institucional sin parangón en nuestra historia ni en el Occidente de nuestras más húmedas homologaciones.
Podríamos llegar a pensarlo, si no fuera porque muchos o quizás algunos venían avisando durante décadas. Todo estaba escrito, y las personas que avisaron fueron orilladas, silenciadas, desprestigiadas o abandonadas a una soledad que, poco a poco, va dejando grogui.
En su lugar, gentes ridículas, narcisos gomosos, tomaron todos los lugares del mérito. Ahí lo llevan. Esta es su Amnistía. La AntiEspaña baila un chotis con la España instalada.
O los indignados del Estado de Derecho que entre todos nos dimos forman parte del proceso, como comparsa contraria, o han sido engañados como tontos mayúsculos, y sean una cosa o la otra, ahora solo les queda el aspaviento y agigantar aun más a Pedro Sánchez, convertido en el más nefando personaje de nuestra historia (dándole así un último capital político).
La «normalización» de la amnistía no la empezó Sánchez, empezó mucho antes. En realidad, en el mismo instante de aplicar el 155 y mirar silbando hacia otro lado.
El sanchismo es la articulación institucional del proceso para el procés, del proceso posterior.
Normalización ya existía cuando la derecha, los grandes medios y editoriales, el empresariado, y las instituciones parlantes, en lugar de recoger la demanda popular de transformación, de corregir una deriva hacia el conflicto y la desnacionalización, siguieron adelante como si nada hubiera pasado, o incluso, apretando el acelerador del autonomismo. Se estaba normalizando ahí, a la vez que se «naturalizaban» las cláusulas finales del pacto con ETA.
Recuerden: primero el 155 iba a arreglar las cosas, unas primarias serían el filtro democrático de los partidos, aparecerían las figuras históricas, el Monte Rushmore del PSOE bueno: Redondo Terreros, Leguina, Guerra, González… lo impedirían los votantes, ellos no serían capaces de pactar con Puigdemont, la prensa fiscalizaría, lo impediría el Congreso, y si no, el Senado, ¡porque no cabe en nuestro ordenamiento!, luego Europa, los jueces, la sociedad civil, el TC, un plante torero de los magistrados… aun sería posible que el Supremo… ¿Y si, en bucle final, hacemos lo nunca intentado: un Colón de Jueces? ¡El Estado de Derecho pidiendo al Estado de Derecho que haga algo! ¿Valdrá eso?
La Constitución fue la monstruosidad jurídica para que cupiera la monstruosidad inmoral de la Transición, y se va transformando, se va haciendo más y más monstruosa a medida que ha de ir incluyendo la degeneración política, moral y cultural del país. Es La Sustancia, pero de esta Demi Moore no sale Margaret Qualley.
El órgano para ello es el Tribunal Constitucional, alfombra o moqueta donde ir metiendo la suciedad (la ley de leyes merece una Moqueta de moquetas)
Conde-Pumpido es el sastre necesario para lo que somos, y su cara es nuestro espejo.
Por supuesto que Sánchez y sus colaboradores son «inmorales», pero es nuestra inmoralidad.
Dicho con irritante expresión: quien se escandalice ahora es el traidor. El régimen es infecto, técnicamente horroroso, nocivo, no democrático y además disolvente y paralizante de un modo silencioso, hecho a medida; cada cierto tiempo se agita con golpes de efecto, golpismos leves, acúmulos de corrupción, violencia o juridicidad mutante, «inmoralidades» constitutivas que han enloquecido a generaciones . Normal es que cada cierto tiempo haya que poner el contador a cero. Qué fácil es ya hablar del 78, reducirlo a numerito… Pronto, muy pronto, ya mismo, ¡Abajo el 78! será el nuevo ¡Viva la Pepa!
Bajo el sol del verano, junto a la cervecita fresquita, en una holgura bastante agradable (ese gracejo estomagante nuestro…) medra y sestea un país invivible donde abundan los cabestros y los pedrosánchez. No tienen, eso sí, su desenvoltura, su brillante cualidad resbaladiza.