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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Paternidad responsable

7 de diciembre de 2022

Los cambios profundos en la percepción política suelen ser tan lentos que, con el estruendo de las noticias bombas, pasan desapercibidos, pero van ocurriendo. La conciencia de que la crisis demográfica de España es uno de los mayores problemas que acosan a nuestro país es un ejemplo de libro. De ser una idea marginal, defendida por un heroico Alejandro Macarrón y poco más, ha pasado a estar admitida por todos.

Otra cosa son las medidas, que brillan por su ausencia. Todos pensamos en las económicas, porque lo primero es vivir y después filosofar. Pero ni las económicas, con lo sencillas que serían, llegan con el ímpetu que exige un problema de tal magnitud y proyección futura. ¿Por qué? En principio, porque a los políticos les cuesta soltar presupuesto, salvo si ellos controlan el gasto. La familia siempre es una célula rebelde, imprevisible y, en el fondo, soberana. Pero me malicio que hay otra razón más taimada: no ayudan económicamente porque después vendría la filosofía, esto es, descubrir que la economía no lo es todo y que hay unas coordenadas ideológicas y morales que no ayudan nada a tener hijos. Y éstas no están por la labor de cambiarlas porque son suyas, y supondría reconocer el fracaso del sistema. Veamos. 

Todo el mundo entiende que la estabilidad y la confianza son requisitos básicos de cualquier paternidad responsable

Vivimos en una sociedad líquida que favorece las parejas cambiantes. Divorciarse en España es más fácil que disolver un contrato de teléfono. Sin embargo, como es natural, tener hijos es un trabajo de dos, y no sólo en el sentido biológico, sino también en su crianza. Yo soy un hipocondríaco crónico y casi todos los días suspiro de alivio al pensar que mis hijos, cuando yo falte, quedarán al cuidado de mi mujer, que los educará a mi entera satisfacción póstuma. Neurosis aparte, todo el mundo entiende que la estabilidad y la confianza son requisitos básicos de cualquier paternidad responsable. Nadie edifica una casa sobre arenas movedizas.

Más. Hoy se ha invertido el sentido del sintagma «paternidad responsable» y a los padres se les hace responsables de todos los males de sus hijos hasta el extremo de convertir a la institución en un pecado original y a sus representantes en chivos expiatorios. La cosa quizá venga de Freud, pero llega al paroxismo. Las últimas campañas del Ministerio de Igualdad son una continua erosión explícita. No es fácil que alguien asuma los sacrificios —dulces, pero duros— de traer hijos al mundo para que el progresismo le use de muñeco del pin, pan, pun.

En tercer lugar, vivimos en una sociedad en la que cada vez hay menos que transmitir a las siguientes generaciones. La técnica hace que muchísimos oficios, destrezas y hábitos queden obsoletos antes de que los padres puedan pasarlos a sus hijos. Esto es irremediable. Pero no debería pasar así con la fe, con los principios, incluso con los valores, y las costumbres; aunque también está pasando. Sin tener qué, se desfonda el ansia de trasmitir.

Vivimos en una sociedad en la que cada vez hay menos que transmitir a las siguientes generaciones

El catastrofismo es castrante. Si el mundo va a salir ardiendo en diez años, ¿quién trae hijos para el Apocalipsis? Esto lo ha leído muy bien el escritor José María Contreras, que ha titulado su crónica de padre de familia numerosa Niños apocalípticos. Claro que Contreras corre a la contra. Por un lado, no termina de creerse los apocalipsis superpuestos y, por el otro, católico como es, piensa que, apocalipsis o no, Matilde, su mujer, y él engendran criaturas eternas. Sin su fe blanca y sin su humor negro, es más difícil lanzar niños a un mundo en llamas. Los traficantes de terrores apocalípticos tendrían que ceñirse más a las verdades demostradas si no quieren crear ellos mismos una auténtica crisis climática: la del clima de terror que nos rodea.

También están las crisis verdaderas: la geoestratégica, la energética, la económica, la política… No crean el marco idílico para traer hijos al mundo.

Hace falta un cambio cultural para el que, por intereses y prejuicios ideológicos, no hay predisposición. Por eso no se ponen en marcha las sencillas ayudas económicas más elementales, más allá de algunos parches. Prefieren que la cosa se pudra antes que quedar en evidencia.

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