Dice Dinesh de Souza en su último libro que el socialismo genera dos tipos de personas: los dictadores y los ladrones. Y en algunos sitios, ambas se fusionan. Por eso me sorprende que haya españoles que no puedan creer que nuestro sonriente presidente de Gobierno gobierne en el abuso permanente de la ley y, muchas veces, en contra de la mayoría. Es un ladrón de la voluntad popular en la que se basa todo el edificio de la democracia parlamentaria moderna y alguien que ni conoce ni respeta los límites de la separación de poderes. Un dictadorzuelo que en lugar de caqui viste trajes hechos a medida.
Entender al personaje, lo que representa y lo que es capaz de hacer es vital para llegar a desalojarle de la Moncloa. Quien mejor le ha calado hasta la fecha son Joaquín Leguina y Rosa Díez. Desde luego, no el PP de Pablo Casado que hasta antesdeayer le andaba suplicando que se deshiciera de sus socios de Podemos y hoy que renuncie a su alianza con los separatistas y abrace el constitucionalismo. Pedro Sánchez no se ha rendido a Esquerra y los de Puigdemont, porque Pedro Sánchez es, en realidad y también, Pere Sánchez, alguien quien, al igual que Zapatero, no sabe lo que es España, ni le importa. Puede que Iván Redondo le susurre que no le vendría bien electoralmente que Cataluña se independizara bajo su mandato, pero Pere Sánchez está convencido de que eso no va a pasar mientras él sea presidente y que, cuando pase, él ya estará jubilado y será la responsabilidad de otro. Lo suyo es abrirse a la concordia y a repartir flower-power a diestro y siniestro.
El problema de España es que el socialismo y el separatismo viven una relación simbiótica. Ambos se necesitan para sobrevivir
Ahora bien, de lo que si es directamente responsable es de que España no tenga arreglo. Si en lugar de dar alas al separatismo le hubiera confrontado, estaríamos en otro rumbo. Largo y penoso porque la imaginación y la ficción separatista no se elimina de la noche a la mañana. Es el producto de décadas de adoctrinamiento, manipulación e ilegalidad y sólo con otras tantas décadas podría devolverse la racionalidad a Cataluña. Aunque, a decir verdad, eso ni lo intentó el PP cuando estuvo en el poder. Posiblemente porque malinterpretara la irracionalidad del independentismo y se creyera que con los catalanes todo se puede reducir a una cuestión de financiación. De dinero, vamos. Y eso que en Europa había gente que estaba dispuesta a matar y morir por contar con su propia nación. Ahí quedaban las barbaridades de los Balcanes recientemente. El independentismo es un fenómeno visceral y si hay que elegir entre los sentimientos y la cartera, se sacrifica la cartera. No entenderlo llevó a los errores de los gobiernos de Aznar y Rajoy, como no entender a Sánchez lleva a los errores de Pablo Casado, todavía empeñado en reconstruir el bipartismo simpático con Pedro/Pere Sánchez.
El problema de España es que el socialismo y el separatismo viven una relación simbiótica. Ambos se necesitan para sobrevivir. Y cuanto más dure Sánchez en el poder, más difícil será combatir la centrifugación de España. El poder une más que desune (lo estamos viendo con PSOE y Podemos día si y otro también). La paradoja, no obstante, es que si Cataluña llegara a ser de verdad independiente, el PSOE no tocaría poder en mucho tiempo. Aún imaginando, y es mucho imaginar, que algo así tan dramático no iba a pasarle factura, no le darían los números. Pero es que a diferencia de Pedro Sánchez, Pere Sánchez también está instalado en la irracionalidad.