«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
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Pido la paz y la palabra

12 de febrero de 2024

En uno de los muchos diálogos memorables de El tercer hombre, Harry Lime —interpretado por Orson Welles— reflexiona sobre la violencia. O sobre el arte, si es que acaso lo segundo no es la forma más sublime e incruenta de lo primero. La tesis de Welles viene a decir que aquello que vale la pena en la vida ha nacido de la violencia, como recordándonos que Cristo resucitó porque antes había sido colgado de un madero. Como evidenciando que la belleza viene de la violencia, el orden del caos y la Creación de un estallido que un sacerdote católico llamó big bang.

«En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿El resultado? El reloj de cuco». La cita en boca de Welles suena a epitafio, claro, porque gustándonos el canto del cuco, siempre puntual, todos nosotros preferimos El Moisés o el Salvator Mundi. Y porque todos reconocemos en nuestra vida esos episodios de dominación de los Borgia que han terminado por traer renacimientos.

Yo compro la idea de El tercer hombre porque lo he visto en mi vida y porque pienso con Giussani que no hay mejor argumento que la experiencia. Allí donde hay terror nace la esperanza y por eso yo he visto margaritas florecer en Sachsenhausen o la sonrisa de dos lazarillos, que terminaron por timarme, en un zoco de Damasco. El hombre está programado para escarbar en el fango del mundo y hacer brotar de esa porquería algo tan bueno como, qué sé yo, el vodka. Quién lo hubiera dicho mirando un patatal.

Y lo mismo al revés. Welles nos habla de Suiza como paradigma de una moderación que ni es medio ni es fin y que sin embargo nuestro mundo eleva a los altares… Cuando esta pretendida moderación sólo debería subir a un cadalso. El reloj de cuco nos hace gracia porque evidencia una paz falsa y un sonar melódico, pero las épocas de prosperidad siempre han creado hombres débiles y almas pequeñas, contraídas en el estrecho ventanuco de lo correcto. Que termina siendo rematadamente inútil, porque el mundo podría seguir girando sin parlamentos democráticos o cartas magnas pero no sin atardeceres en Gaza, limoncellos en Sicilia o Eucaristías en alguna prisión de Nicaragua.

Pese a todo, del frontispicio de Harry Lime no compro la búsqueda del terror. Hoy me veo obligado a enmendar a la totalidad esa euforia por lo brutal y la insensata exaltación de la violencia. En un mundo de paroxismos, parece que sólo en tiempos de guerra pueden nacer Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, y yo me niego. Veo en alguno de vosotros un interés especial por crear barullo y generar contradicciones, bajo el pretexto de ayudar, como matronas, en el parto de la genialidad. Como si el Renacimiento fuera sólo producto de la violencia y no del amor; como si sólo pudiera nacer lo bueno de lo peor, y no de lo mejor; como si la resurrección llegara sólo tras la cruz y no por las lágrimas derramadas de un amigo, como el despertar de Lázaro.

Repetís aquello de si vis pacem, para bellum y yo no puedo alegrarme. Estos días me ha recorrido la sensación de que alguno de vosotros se alegra de la muerte de dos guardias civiles porque eso traerá cosas buenas. Por fin Marlaska dimitirá, claro. ¡Por fin algo de violencia y guerra! ¡Como va a llegar el bien deseado si antes no ha llegado el mal que buscáis! Veo con pena algunos corazones deseosos del caos y ojalá que España se vaya al garete con tal de que gobiernen los míos. Ojalá Cataluña sea independiente para que los catalanes se mueran de sed y ojalá Israel mate al último hombre de Gaza con tal de exterminar el islam. Un islam que hace la primera comunión entre escombros.

Ni ésta es la gala de los Goya ni yo soy Blas de Otero, pero me veo forzado a pedir la paz. El hombre tiene la capacidad, bellísima, de alumbrar en el fango y de aprovechar aquellos recovecos de la miseria del mundo para levantar los corazones. Pero siento que hemos confundido la virtud con la necesidad y algunos se han echado al monte de la porquería. Una cosa es cultivar amapolas entre el asfalto y otra muy distinta asfaltar los jardines. Una cosa es prender la antorcha en las tinieblas y otra bien diferente opacarlo todo con el tamiz de la discordia. Una cosa es aplaudir los miguelángeles de nuestros días y otra distinta es emponzoñar lo poco que aún tenemos en común con tal de fomentar así las almas fuertes. La fortaleza, creo, se demuestra con la confianza de que lo bueno llegará cuando Dios quiera, y «todo lo demás se nos dará por añadidura». Por eso hoy os pido la paz y la palabra.

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