Hasta hace muy pocos años, una importante institución española estaba siendo administrada por uno de los denominados “partidos de la nueva izquierda radical”, es decir, por una de las innumerables escisiones de Podemos. La gestión de dicha institución era sencillamente catastrófica y ningún proyecto salía adelante. Los dirigentes políticos no hacían más que discutir entre ellos y para lo único que parecía que mostraban cierta eficacia era para adjudicar puestos de confianza a gente que no sólo no tenía ni la más remota idea de lo que es una administración pública (ni privada) sino que además, en muchos casos, iban a cobrar sus primeros sueldos. Y no hablamos precisamente de gente joven… Fue un asalto en toda regla a las instituciones que pagamos todos.
Le pregunté a un alto funcionario de aquella institución qué es lo que pasaba. Con la experiencia y la retranca de varias décadas en la administración y después de haber visto de todo me contestó: “Esta gente tiene un problema con el expediente administrativo.”
El sadismo fiscal con los pequeños contribuyentes y los autónomos sigue a toda máquina
Para aquellos que no hayan pasado por ningún nivel de la administración del Estado hay que aclarar que, al final, casi todas las políticas se reflejan en expedientes administrativos, que es lo que cambia la realidad de las cosas. La acción de gobierno en un Estado democrático, donde prima el principio de legalidad, se refleja de manera invariable en los expedientes administrativos. Expedientes que requieren de cierta laboriosidad y para cuya realización hay que ser bastante paciente, pues tienen que pasar por varios órganos de control y decisión.
Al Gobierno de Sánchez le pasa lo mismo. Hay signos inequívocos de que también están peleados con los expedientes administrativos. El último ridículo ha sido tener que admitir a 300 policías nacionales, a los que habían suspendido en la oposición de acceso, por un error en el test de ortografía. Incluso la Real Academia Española le había sacado los colores al Gobierno con un informe sobre dicho examen.
Pero hay más expedientes y mucho más importantes —como los de los fondos europeos de recuperación tras la pandemia— de los que se han tramitado una cantidad irrisoria. Este fiasco nos ha hecho a los españoles perder un tiempo precioso para modernizar e impulsar nuestras empresas.
Hacienda, después de hacer pasar por el mal trago de la amenaza de ruina y largos años de prisión a algunos empresarios y famosos, apenas consigue ganar algún expediente importante, aunque el sadismo fiscal con los pequeños contribuyentes y los autónomos siga a toda máquina.
Gran parte de la responsabilidad de nuestra más que gris recuperación post Covid procede de un Estado elefantiásico e ineficaz
En términos generales, el ciudadano está exasperado por la práctica de la cita previa que se ha impuesto sin que nadie fiscalice el trabajo que realmente se hace. Tras el Covid, cualquier trámite con la administración que requiera una resolución positiva puede llevar años. Todo ello cuando la exigencia del cambio de paradigma de la licencia administrativa por el acto comunicado y la declaración responsable siguen muy retrasadas o se buscan subterfugios con trámites adicionales que requieran resolución expresa para no cumplir esta exigencia de la UE. La tutela del Estado —en contra del criterio de la UE de delegar mucha más responsabilidad en el administrado— sigue omnipresente en España.
El peso del sector público sobre el PIB es enorme. Si sumamos la presión fiscal, la deuda, el déficit público y las ayudas y avales a la exportación, más la ingente subcontratación por parte de los contratantes principales, estaremos hablando probablemente de más de un 50 por ciento del PIB. Intuyo que gran parte de la responsabilidad de nuestra más que gris recuperación post Covid procede de un Estado elefantiásico con excesivos niveles (hasta cuatro si contamos las diputaciones) y muy ineficaz. Una ineficiencia acelerada por un Gobierno interna y constantemente peleado además de su permanente lucha con el expediente administrativo. Y bla, bla, bla…