«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Por qué es tan importante el problema del campo

13 de febrero de 2024

El problema del campo no es un problema esencialmente económico. Es ante todo un problema político y de primera magnitud. Por supuesto que resolver los aspectos económicos de la crisis del sector primario es muy importante, pero en la mera formulación del problema ya hay una trampa mortal. Cuando uno dice «sector primario» está enunciando una realidad económica mensurable y gobernable según reglas contables, algo que puede solucionarse con subvenciones aquí y recortes allá e incluso, por qué no, mediante sustitución por otros recursos económicamente más rentables. Pero es que el campo, en términos políticos, es mucho más que un sector productivo.

El campo es la plasmación física, material, de la continuidad histórica de la nación. Una nación, en términos históricos materiales, no es una idea de ciudadanía, no es el tópico plebiscito cotidiano de Renan, no es una constitución ni un carné de identidad. Una nación es la continuidad histórica de generaciones sucesivas en un mismo suelo. Una nación, desde un punto de vista estrictamente material, es un pedazo de suelo y la gente que lo ocupa. Esa continuidad de generaciones produce a su vez otras cosas: sentimientos de pertenencia, conciencia de identidad común, mecanismos de solidaridad entre las personas… Cosas que no son ideas abstractas que se imponen sobre unos individuos cualesquiera, sino que, al revés, brotan de la propia experiencia personal y concreta de esa gente en ese suelo. Y el campo es precisamente el suelo.

Las políticas agrarias que desde hace años viene amparando la Unión Europea han olvidado deliberadamente esa dimensión política. Hace tiempo que Bruselas ya no tiene una visión internacional, sino que ha optado por una perspectiva transnacional, y la diferencia es decisiva: en el primer caso, las naciones siguen siendo protagonistas; en el segundo, están llamadas a desaparecer bajo un orden nuevo de tipo globalizante. En esta última perspectiva, el campo no es otra cosa que mero «sector primario»: una actividad económica que bien podría jibarizarse o, por qué no, desaparecer si con ello se consiguen mayores beneficios. Pero ¿beneficios para quien? No ciertamente para las personas de carne y hueso que viven de un suelo material y bien visible. Tampoco para las naciones que verán como su sustancia identitaria se va desmantelando poco a poco al paso que su suelo se vacía. ¿Cómo no pensar que ese vaciado forma parte precisamente del gran proyecto, de la gran transformación ya en marcha?

Desde este punto de vista, el problema agrario se convierte en uno de los principales frentes de la guerra entre globalismo y soberanismo. Un mundo construido sobre el modelo del mercado global necesita que nada se oponga a la circulación universal del comercio, a la supresión de fronteras, a la mercantilización de las sociedades humanas. Pero el campo europeo, por su mera existencia, supone una resistencia mayor al gran proyecto: nos recuerda que hay un suelo y una gente que siempre ha vivido ahí. Nos recuerda que al final siempre queda un pedazo de tierra al que poder llamar «nación».

Todas las ideologías que el mundo global ha alumbrado, desde la teoría de género hasta el apocalipsis climático, apuntan al desmantelamiento de las realidades físicas, materiales, de las sociedades tradicionales. Pero a esas ideologías se les puede aplicar una crítica de tipo marxista: al cabo no son sino coberturas retóricas para envolver un proyecto concreto de poder. Hoy ese poder está quedando abiertamente al desnudo. Por eso desde las factorías de la opinión oficial se insiste en predicarnos su credo con un fanatismo redoblado. Muchos caerán en el engaño y terminarán desarrollando esa «falsa conciencia» (seguimos en la jerga marxista) que le lleva a uno a aceptar cosas que van contra sus intereses reales. Pero la falsa conciencia tiene un límite: llega un momento en que uno descubre la verdad. Hoy millones de ciudadanos en Alemania, Francia o España la están descubriendo.

No, no es sólo un problema económico, ese del campo. Es un asunto de dimensión literalmente histórica. Cuanto mejor se entienda, más podremos resistirnos a la imposición tiránica de un poder sin rostro.

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