Mientras Su Santidad pide a los cristianos que oren para que la “guerra no llame a la guerra”, ante la escalada del conflicto en Siria, cabría preguntarse sobre la gran mentira con la que se trata de ocultar el motor real de cuanto está aconteciendo en los países del norte de África y en el fértil Medio Oriente: los intereses geoestratégicos en la zona de las grandes potencias y de Israel.
A pesar de las evidencias, todavía se sigue hablando de la mal llamada Primavera Árabe que iba a suponer la implantación de estructuras realmente democráticas en los países musulmanes. Los progresistas, los antiguos revolucionarios de mayo del 68 hoy convertidos en burgueses, la intelectualidad izquierdista y sus corifeos, tienen en la Primavera Árabe un nuevo mito. Sin embargo, la realidad es que allá donde la revuelta, nacida –según dicen– de las redes sociales, se ha impuesto o trata de cambiar la situación, la ensoñación de democracia perece a manos de los islamistas. La Primavera Árabe para lo que está sirviendo es para sumir en la miseria y la destrucción, desestabilizándolas, a naciones que incluso pueden dejar de existir, siguiendo el modelo destructivo del Líbano.
La realidad es que cuando cae el dictador o el régimen lo que se impone no es la democracia sino el islamismo con su corte de burkas, ulemas y un discurso globalmente antioccidental. Y las nuevas víctimas, además de los propios musulmanes, son los cristianos que, curiosamente, hasta el estallido de la Primavera habían podido vivir en muchos de estos países en un régimen de tolerancia. La Primavera Árabe está sirviendo para desatar una nueva persecución contra los cristianos en estos países, desde Túnez a Siria pasando por Egipto.
Hoy los norteamericanos se plantean intervenir en Siria alegando la utilización de armas químicas, pero a nadie se le ocurre alzar la voz para proteger a los cristianos. Las noticias, que muchos directores de medios relegan a la papelera, no pueden ser más concluyentes: los islamistas están aprovechando la situación de conflicto para exterminar los núcleos cristianos. La tolerancia de que disfrutaban en países como Siria, Irak, Túnez o Egipto toca a su fin. Son la víctima propiciatoria que se entrega a los islamistas. En la zona sólo va a quedar como refugio Jordania.
Lo cierto es que, pese a las denuncias, nadie está dispuesto a intervenir para defender a los cristianos, a exigir a las autoridades de estos países que sean protegidos amenazando con una posible intervención. Los cristianos no tienen armas pero sí tienen palabra y por ello tenemos la obligación de sacar a la luz lo que cada vez se acerca más a una política de exterminio en la que nos negamos a participar.